Dos cuentos de Aixa Salas


(Aixa Salas, Mérida, estado Mérida). Narradora y Licenciada en Educación y en Historia. Desde muy joven perteneció a círculos literarios y a grupos culturales de Mérida. En los años 70 marchó a Chile, donde inició estudios de Sociología en la Universidad Nacional de Chile. De regreso al país, estudia en la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes. En esos años le publicaron sus primeros cuentos y poemas en diversas publicaciones periódicas, revistas y antologías, tanto a nivel regional como nacional. Trabajó en el Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico de la ULA como Investigadora y luego ingresó en el Ministerio de Educación como educadora. Premios: Premio Nacional de Narrativa del IPAS-ME (Caracas, 1988). Quedó entre los diez primeros finalistas del Concurso de Cuentos Juan Rulfo (Francia).

Publicaciones

(relatos): La Serpiente del Ángel (Mérida, Solar, 1996). Tiene inédito un libro de cuentos y otro de poemas.



LA SERPIENTE DEL ANGEL

"Eres el bien y el mal, el sueño y la realidad, lo cierto y lo impredecible. Puedes ser estremecedoramente amoroso, o terriblemente cruel, sin que de nada tengas culpa. Tu belleza, tu extraña inocencia, tu mutismo, me exaltan e inhiben. Eres una insólita verdad, tan real como mis manos, tan mágica como mis sueños. Podría tocarte, y sin embargo, no puedo. De ningún modo puedo separarme de ti, aunque tu cercanía me quema. Eres el ser más hermoso, temible y seductor que he conocido. Ya no podré vivir sin ti, sin este temblor del cuerpo, sin este esplendor de vida. Só1o te pido que no te vayas nunca, pues sin ti era el vacío, sin ti será el anonadamiento. Abrázame en el fuego sagrado de tu cuerpo. Conozco tu ser y todas sus metamorfosis. Eres capaz de todo y por eso te deseo. Ya no podré vivir sin el desafío de tu existencia".

Tomado de: La serpiente del Ángel (fragmento)


UNA CASA RARA

Mi hermana decidió vivir en un acuario. Ya desde algunos días la notábamos rara. Se le redondearon los ojos, le brotaron escamas por todo el cuerpo y se le cayó el pelo. Nosotros miramos sorprendidos aquellos cambios. Ella, con gran seriedad, puso el acuario en el patio y se echó adentro. Mamá se moría de pena y le rogaba que saliera de allí, que todo volvería a ser como antes, pero ella mantuvo su decisión. Como la gente empezó a curiosear, mamá cerró el portón y no permitió más visitas.

Con el tiempo nos acostumbramos. Todos los días mamá limpiaba la pecera y le cambiaba el agua. Ya mi hermana era igualita a un pez y só1o por algunos detalles uno podía recordar cómo era antes. Mamá no la descuidaba, pero ella también empezó a cambiar. Se le olvidaba todo, y por momentos permanecía muda y sorda, como si pensara en otra cosa. Era como si ya no fuera mamá, sino una persona extraña que se parecía a ella y a quien no le importábamos. Poco a poco la perdíamos.

Una mañana en que, como de costumbre, iba a limpiar la pecera, se detuvo en mitad del corredor y durante un rato permaneció silenciosa y atenta, como si escuchara una conversación secreta. Después fue al cuarto de atrás, donde guardaba sus corotos que ya no se usaban, y abrió un enorme baúl. Siempre sentimos curiosidad por aquel baúl misterioso que apenas nos dejaban tocar y que imaginamos lleno de cosas secretas y prohibidas. Mamá revolvió entre vestidos de blonda, manteles bordados y vajillas de loza hasta encontrar unas fotografías viejas y amarillas, las miró una a una, con mucha atención. Mi hermano y yo vimos a los abuelos, a los tíos, a papá y mamá de novios, y otra gente que no conocíamos. Ella colocó los retratos en la sala y empezó a hablarles. Todas las tardes les hacía visita, " Si - la oímos decir una vez -, esta casa ya no es como antes, no es la misma donde crecimos. No es la casa de nuestros recuerdos ", y enseguida mandó a traer albañiles y dijo a reformar todo, cambiando lo nuevo por viejo. Se le antojó que ya no le gustaba la cocina nueva y la vimos limpiando el antiguo fogón de leña. Papá la veía hacer y deshacer sin decir nada. Se 1o pasaba triste y callado. Nosotros nos sentimos muy solos y decidimos remediar nuestras necesidades haciendo lo que ellos hacían cuando todo marchaba bien.

Al poco tiempo fue papá el que nos dio un buen susto. Un día no amaneció en la cama y mamá empezó a buscarlo por toda la casa. Lo encontró en la sala, desnudo y mirando alelado los retratos. A quien mas miraba era a una tía soltera que tenía un gran lazo en la nuca y una mirada maternal y prohibitiva. Después fue al cuarto de atrás y de allí salió arrastrando la cuna de mi hermano Ricardito (un poco menor que yo), se acomodó adentro como pudo y empezó a hacer pucheros, sin dejar de mirar a la tía. Durante varios días mamá insistió en que dejara aquella locura, sin que le hiciera caso. Se orinaba y cagaba en la cuna, y no aceptaba otro alimento que no fuera teteros. Mamá 1o regañaba, pero él insistía en ser un bebé. Después ella se fue cansando y apenas 1o atendía. Sus olvidos se hicieron mas frecuentes. Se estaba horas enteras en la mecedora, contemplando los lirios y capachos recién sembrados en el patio.

No dejaba de suspirar. Descuidó la casa por completo, olvidó a papá en la cuna y a mi hermana en la pecera. Ricardito y yo debíamos encargarnos de todo. Limpiábamos la pecera, preparábamos los teteros y sacábamos a mamá al sol. También la paseábamos por la casa. Cada paso por las habitaciones, la sala y los pasillos la hacían suspirar. Se llevaba las manos al pecho. decía "¡Ay!" y se le aguaban los ojos. Lo que mas le gustaba era sentarse frente al patio. Una noche no quiso ira la cama. Tuvimos que arroparla bien y mantener encendidas las luces del corredor. Amaneció como disecada y por más esfuerzos que hicimos no logramos levantarla del mecedor.

Poco a poco, entre el trabajo que nos daban, aprendimos a jugar con ellos. A mamá la disfrazábamos de reina, diciéndole que éramos sus esclavos, le ofrecíamos regalos y le pedíamos favores. Tratamos de jugar con mi hermana, imitando sus aletazos torpes y la boca redonda, pero ella se enfureció, daba coletazos contra los cristales y nos enseñaba sus dientes cortos y picudos. Con papá gozábamos más. Se había empequeñecido y con el gorro, un chupón y el babero se veía comiquísimo. Lo poníamos a gatear, obligándolo a que nos llamara "papá" y "mamá". A veces le quitábamos el chupón para oírlo llorar y nos moríamos de risa al ver que apenas se 1o dábamos, callaba como por encanto. Una vez se 1o pusimos a mamá en el regazo, diciéndole que era su hijito. Ella permaneció indiferente. De pronto sus ojos brillaron con un fulgor extraño y le temblaron los labios. Se inclinó sobre él, hablándole con ternura, le acarició el pelo y le limpió la boca con el ruedo de la falda. Después se recostó a la mecedora y volvió a mirar al cielo.

Una de las cosas que mas nos gustaba era reunirlos en el patio. Formaban un conjunto extraño. Mi hermana boqueando en el acuario, mamá quieta y muda en su mecedora y papá gagueando en la cuna. Permanecían largo rato así, mirándose sin reconocerse. Sin embargo, al mover el acuario, o al llevarnos a papá o mamá, los otros miraban el espacio vacío, como añorando algo, y rompían a llorar. Teníamos que consolarlos y prometerles que al otro día los volveríamos a reunir.

No se si los vecinos se dieron cuenta que algo raro pasaba en la casa. Una mañana, al despertar, vi al señor

del lado asomándose por la pared del patio. Me asusté y me hice la dormida. En la tarde llegó mi tía Sara, la solterona del retrato. Abrió el portón y miró asombrada a mamá momificada en la mecedora, a mi hermana convertida en pescado y a papá comiéndose la caca en su cuna. Al principio se empeño en devolverlos a su estado natural, pero fue inútil. Terminó cuidándolos como lo que eran: una momia, un bebé y una pescadita. A nosotros nos consentía. Nos abrazaba llorando y decía: "¡Pobrecitos, pobrecitos!".

Mi tía puso la casa en orden: barrió, desempolvó los muebles, podó las matas, rescató la cocina. Pero no la queríamos porque nos quitó nuestras ocupaciones y diversiones favoritas. Teníamos la esperanza de que se fuera pronto, pues ya estaba vieja y no aguantaría tanto trajín. Mas o menos nuestro deseo se cumplió. Una mañana en que barría el patio gritó: "¡Ay!" y se cayó. Corrimos a levantarla, pensando que había muerto. Estaba viva, pero tullida. La llevamos a su cama y la arropamos. Desde ese día paso a formar parte de la colección de muñecos grandes con los cuales aprendíamos a ser mayores. La pintábamos y arreglábamos como una señorita, poniéndole los sombreros de plumas del baúl, y le traíamos un espejo para que viera 1o bonita que estaba. Ella se contemplaba en silencio, como si no se reconociera, y de pronto empezaba a gemir, a soltar quejidos largos, bajitos, sin lágrimas. Con los días fue perdiendo fuerzas y ya ni podíamos jugar con ella porque se quedaba dormida. Aprendimos a recordarla sólo cuando nos necesitaba y ella pareció olvidarnos para siempre. Al fin las cosas se arreglaron igual que antes y nosotros nos sentimos muy felices porque volvimos a ser como adultos jugando con juguetes vivos.

2 comentarios:

  1. Hola Aixa. Te saluda Frank Salas. Si...!! Aquel Frank que no ves hace mucho tiempo. Vivo en Caracas. Me gusta tu estilo. Se siente la atmosfera de Mérida y un dejo de autobiografía. !!Me gusta!! Besos. Luego te escribo más y cuando solucione lo de mi correo te envío mi dirección. !!Chao!

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  2. Hola amigos de ediciones YO Yaracuy oculto; ruego a ustedes transmitir esta mi dirección de correos a la escritora AIXA SALAS con quien deseo establecer comunicación Soy un amigo de juventud de Aixa y me gustaría hacerle llegar algunos cuentos que tengo escritos. Soy Franck Salas. Mi correo es; wilfredo.len290@gmail.com

    Les estaré muy..pero muy agradecido.´

    Salud.

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