Quemando a Venezuela


Cuento. Autor: Juan Manuel Parada, 1980-Yaritagua. Este cuento pertenece al libro "Quemando a Venezuela y otros Relatos" Seleccionado para su publicación por el Certamen Mayor de las Artes y las Letras que auspicia anualmente el CONAC.


Se volteó sobre su costado derecho y con el rabo del ojo miró la telaraña aferrada a la pata de la repisa donde reposan sus libros y apuntes cubiertos por el siempre compañero del descuido: el polvo. Los intensos rayos de luz que se deslizaban de manera hábil por las rendijas del techo le indicaban, a su experimentada percepción, que eran más de las nueve, y el sudor que brotaba de su piel, aun con el ventilador a dos metros, era señal de un día insoportable.


Estirando la mano hacia la desordenada mesita de noche alcanzó media cajetilla de Belmont y el yesquero; parsimoniosamente sacó uno, lo miró con ojos inquisidores -Como tratando de conseguir algo en la palabra Venezuela inscrita a lo largo, alguna respuesta o el esclarecimiento de un enigma- y se lo llevó a la boca sostenido por el pulgar y el índice. Aspiró como si jamás tendría de nuevo la oportunidad de respirar, y la bocanada fue tan espesa y prolongada como las grises nubes de invierno.


A simple vista, su atención se posaba fija en los haces de luz que se colaban por el techo, pero sus pensamientos eran un ir y venir entre preocupaciones y sueños; las primeras por las responsabilidades del trabajo en la planta de televisión y los segundos por las ansias de dejar un algo... una huella profunda que contribuyera en la formación de las generaciones que le seguían. Dejó fluir otra bocanada de vida y giró la mirada hacia la derecha, otra vez sobre la repisa...


Tantos libros que hablan de todo y tú aún no consigues nada, quieres marcar un hito; no sabes cómo. Pareces un condenado a desaparecer de la historia antes de morir, ¿una vida así para qué llevarla? ¿Será mejor dejar de existir? Tus pensamientos pobres y cobardes son tu propia esclavitud, las cadenas que marcan el límite de tu capacidad; jamás harás lo que deseas; no sabes cómo empezar, qué hacer...


Sus ojos grandes como almendrones secos reflejaban que en ese momento por su cerebro no pasaba más que un simple registro de lo que estaba observando: fotografías superficiales de su entorno de siempre; y no era así, el soliloquio perenne en su cabeza no lo permitiría. Ya de Venezuela sólo quedaban las tres primeras letras: el resto fue consumido por el fuego que él avivaba cada vez que aspiraba su cigarro. Todos los días era el mismo laberinto existencial; la concentración se tornaba difícil mientras calentaba su motor creador: ideas de toda dimensión brotaban de su materia gris formando un tejido intrincado que lo hacía vagar desesperado. Al volver a ponerse sobre su espalda sintió que el lugar donde estuvo viendo el techo estaba humedecido por su sudor mañanero...


Así perdiste la juventud y así perderás toda la vida: entre sueños que no se cumplen, ideas sin fundamento; queriendo hacer algo por los demás cuando aún no has hecho algo por ti. Ni siquiera una teoría de lo que serán tus futuras acciones. ¡No sabes lo que quieres! Pobre infeliz con suerte, un trabajo como productor que a más de uno da envidia, pero no es eso lo que te llena, quieres marcar un hito, pasar a la historia de la humanidad... cualquiera puede ser productor, pero no cualquiera influye en la mejoría de la raza humana. Tu juventud fue amarga y frustrada... ¡así será tu existencia!...


Se sentó en la orilla de la cama y posó la mirada sobre la alfombra que sostenía sus pies descalzos. La brisa del ventilador le agitaba muy leve los cabellos, tan leve, que no se comparaba en una coma con lo agitado de sus pensamientos. Caminó hacia la repisa y tomó el desgastado Ariel que leía a menudo. Dispuesto a quemar de nuevo a Venezuela y a ennegrecer un poco más sus rosados pulmones, cogió otro Belmont y el yesquero, se arrellanó en su lecho y partió sin inmutarse en la barca de la lectura hacia rumbos desconocidos.

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