El culturazo

Ensayo. Luis Britto García. El Nacional, 14 de abril de 2001.

También fue espontáneo, tampoco hubo capacidad de controlarlo, también fue masivo, tampoco dejó instituciones ni estructuras incólumes, también desbordó todos los canales, tampoco tuvo vanguardia, también operó por el efecto del contagio, tampoco ha dejado de producir efectos.

Nadie sabe quién comienza la avalancha por la cual el espectador se vuelve actor y deviene creador el aculturado. Dicen que la chispa se enciende por la periferia en las frases que los autobuseros inscriben en sus parabrisas y en la cotidiana música de los sonajeros de los recogelatas.

Entonces comienza el asalto de los bienes culturales hasta entonces acaparados por roscas, medios, camarillas. En pocas horas las chusmas destruyen las vitrinas de las certidumbres y los almacenes de las seguridades; cerro arriba corren llevando a cuestas artefactos de la línea gris: versos, silogismos, apotegmas.

Cultura informal, etapa superior de la economía informal. Ante la embestida de la creación bajan santamarías los buhoneros culturales, los concesionarios de la cultura rápida y de la literatura light. El dominó de los conceptos y las bolas criollas de la metafísica repiquetean sobre las autopistas de Bembanet, que sí sube cerro y brinca barranco.

Creación igual energía multiplicada por el cuadrado de la velocidad de lo intuitivo. Para liberar por siempre esta fuerza basta que la masa crítica rompa las cadenas de la ideología.

Dando saltos dialécticos las multitudes arrollan con pasos que son danza, música, rito. Nada resiste el maremare que suelda en culebra danzarina a millones de seres. Sobre las teclas de los cuerpos se interpretan las sonatas de las sensaciones, bailando unidas el guaguancó de las seis de la mañana, el batá de las siete, la comparsa de las ocho, el bolero de la medianoche.

Entre los desechos de la cultura florece una cultura del desecho. Solo se descartan ideologías y clases dominantes. Amanecen los ranchos escamados de gurrufíos musicales recortados de latas; grafiteros estampan hojas y flores en las superficies que usurpa el concreto; muralistas pintan sobre las vallas publicitarias semblanzas del paisaje que éstas tapan.

Coordinadas las lucecitas de casas y cerros inventan la ciudad luciérnaga, que a cada instante dibuja y borra formas, pensamientos, nebulosas chispeantes. Imponemos el uno por uno de metro reforestado por metro de concreto armado. Devueltos a la palmera auditórium, al samán habitable y al lecho de orquídeas, dejamos para jardines colgantes las pomposas necrópolis de los rascacielos.

En los cráteres de los cráneos revientan volcanes de ideas. Nada de acercarse al genio que calcina con la temperatura de su magma o de su magmadera de gallo.

Redescubrimos el Paraíso bajo la especie de la organización de mis antepasados kariñas, sin clases sociales, sin autoridades permanentes, sin trabajo alienado. Reaprendemos el camino de las olas, el flechado del pez, el tejido del chinchorro que codifica una metafísica del absoluto sobre la cual podemos flotar en reposo.

Reinventamos como Juan Feliz Sánchez el arte de ser productor gobernante sacerdote y creador de sí mismo. Reaprendemos a pintar danzando entre muñecas de saco y críticos de aserrín para ser incendiados por el sol que amanece en el lienzo.

Descartamos toda vestimenta salvo la decorativa. La única moda que no incomoda es la paisajística y parecemos jardines en marcha. Empapados en pintura fluorescente nuestros pasos tejen escrituras que narran, testimonian, fantasean. Revisamos la ecuación de Schrodinger y arrancamos de la mano de las Parcas las riendas del destino. Usamos cada cuerpo como computador analógico cuyas secreciones palpitaciones movimientos son modelos que resuelven las incógnitas del universo. Desarrollamos el bajoparlante que convierte todo estrépito artificial en silencio; el celular que comunica con nuestro subconsciente; el supertelescopio que posibilita ver lo que tenemos ante nuestras narices; el espejo que permite ver cómo somos verdaderamente.

Desaparece la Historia no porque muere sino porque comenzamos a vivirla. La primera y la segunda infancia se reencuentran en la Edad de Oro.

Podemos desde ahora ser varias personas diferentes y vivir tantas vidas como destinos inventemos. Podemos desde siempre saber que todas las vidas son una misma y uno sólo todos los instantes.

Cinematografía de nosotros mismos, en la pantalla del cuerpo proyectamos la película de la mirada. En la prisa por agotar los segundos creamos la novela relámpago, el film exhalación, la ópera centella. Aprendemos la gimnasia del vacío y la voltereta del vértigo. Mejor caída libre que ascensión en cadenas.

Acelerados en la orgía sígnica, dejamos de ser inteligibles e incluso perceptibles para quienes como nada piensan, piensan que no pasa nada.

Graznan cuervos subsidiados. El hampa queda reducida a no robar más que ideas, con lo cual quedan cesantes los plagiarios.

El general Aburrimiento intenta imponer el orden cubriendo de cadáveres exquisitos el camposanto de la mediocridad, que también es general.

El orden vuelve a reinar sobre la nada.

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