Beber la Escritura


Carlos Yusti. Caracas. También colabora para la versión impresa de Yo ediciones.


He sido aficionado a la bebida y a los libros. El amor a las palabras me empujo a beber y a escribir. La bohemia posee una fuerza seductora indiscutible. Anularse en la resaca requiere una buena dosis de estoicismo. Muchos de mis amigos escriben y beben en equilibrada proporción. Algunos son sólo poetas (entre comillas) ya que sus vidas son en verdad su mejor y peor poema. Otros, además de beber como cosacos, van al papel a dejar estampados sus gusanos tipográficos con temblorosa inspiración, dejando el ratón moral para después. No obstante no hay que confundirse: para escribir no necesariamente tienes que beber o viceversa. Aunque en estos momentos escribo esto borracho. Nadie se hace buen poeta a la orilla de la playa de una barra. Aunque el excelso poeta Chino Valera Mora puede considerarse como la excepción a la regla. Beber no basta para inspirarse. Lo escrito por Claudio Magris es puntual: "La inspiración no es el destello de un instante enceguecedor, es la luz constante y tranquila que rodea la existencia, tanto al escribir como al pasear, dormir, amar".

Escritores ilustres y borrachos como una cuba hay muchos. Teofilo Tortolero era un gran poeta húmedo crucificado a la botella. Vivía en Nirgua, un pueblo que se llenaba de neblina metafórica y en sus últimos días, él que en su juventud daba el porte de galán telenovelero, andaba por el pueblo como un pordiosero: regordete, con la piel macerada por el ron y sin afeitar. Juan Carlos Onetti terminó convertido en una piltrafa en una habitación en España. Ludovico Silva escribió "In vino veritas" en un encierro alcohólico de varias semanas, por supuesto realizó muchas argucias para dejar la bebida, pero el vicio era mucho más fuerte e irresistible que los senos y brillosos muslos de la musa. Rubén Darío bebía demasiado y se iba de farra con un abstemio avinagrado, y hoy inleíble, como Vargas Vila. Umbral escribió: "El alcohol, pues, no es sino una simplificación del proceso, una abreviación, o él tramite necesario para que el proceso se ponga en marcha. En el güisqui hay más calorías que metáforas, pero las metáforas del güisqui siguen fascinándonos como imágenes doradas, quemadas en oro, líquidas y fluentes".

Con Francisco Arévalo he realizado periplos bohemios en burdeles nada poéticos. Ahora leo su último libro premiado, "Ebrio de Colmena". Claro, el título remite a un conocido burdel en Ciudad Guayana, donde las cervezas son frías y las mujeres calientes, como dice mi amigo de farra José Mariño (Matancero). Con el poeta José Pico también he bebido de lo lindo. Por supuesto que he realizado peregrinajes etílicos con Diana Gámez, Ana María Marín, Yudith Cedeño. Beber es siempre un encuentro cálido con el otro y con nuestros fantasmas más turbios e infelices.

Los poetas y escritores abstemios son plomos irremediables, un poco, como es la mayoría de los casos, su escritura. El poeta Villaverde, que bebe de manera moderada, me dijo que no hay necesidad de emborrachar a la musa para que la metáfora se ha legible/leíble.

He bebido y leído mucha literatura. He intentado de mantener sobria mi escritura. He tratado convertir la escritura en una juerga permanente, en algo placentero. Por ello canto los versos del poeta Arévalo: "Una moneda para rocola/un cigarrillo para consagrar/la muerte de la noche..."

El alcohol quema la rutina y los prejuicios. Nos deja desamparados y el que no es poeta, artista y cosa sucumbe sin dejar huella. No sin razón decía un mosquetero peliculero: "Desde el fondo de una botella la vida se ve mejor". Por lo pronto la escritura es mejor que un buen trago de ajenjo. Emborracharse de poesía en estos días neoliberales es lo más digno.

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