Oficio Puro


Víctor Valera Mora (Valera, 1935-Caracas, 1984).Poeta, sociólogo.En su Nueva Antología y Obras Completas se han incluido en su totalidad los textos de los libros Canción del soldado justo (1961) y Con un pie en el estribo (1962), una selección de su libro capital Amanecí de bala (1971), así como de 70 poemas stalinistas (1979), y textos de su libro póstumo Del ridículo arte de componer poesía (1979-1984).



Cómo camina una mujer que recién ha hecho el amor
En qué piensa una mujer que recién ha hecho el amor
Cómo ve el rostro de los demás y los demás cómo ven el
[rostro de ella
De qué color es la piel de una mujer que recién ha hecho
[el amor
De qué modo se sienta una mujer que recién ha hecho
[el amor
Saludará a sus amistades
Pensará que en otros países está nevando
Encenderá y consumirá un cigarrillo
Desnuda en el baño dará vuelta
a la llave del agua fría o del agua caliente
Dará vuelta a las dos a la vez
Cómo se arrodilla una mujer que recién ha hecho el amor
Soñará que la felicidad es un viaje por barco
Regresará a la niñez o más allá de la niñez
Cruzará ríos montañas llanuras noches domésticas

Dormirá con el sol sobre los ojos
Amanecerá triste alegre vertiginosa
Bello cuerpo de mujer
que no fue dócil ni amable ni sabio

Relatos breves de Juan Talavera


Juan Carlos Rodríguez Talavera, 1977. Escritor Mexicano residenciado en Distrito Federal. Cuentista por vocación, nos presenta una obra matizada de fango y sangre, producto de largas horas contemplativas y visiones del secreto como forma de lenguaje. Los personajes de Juan Carlos, proclives muchas veces a la psicosis, habitan en ambientes mortuorios, y otras pocas, en intrigantes mundos fantásticos.


Razón contra Imaginación

La razón y la imaginación se enfrascaron en una discusión donde cada uno trataba de demostrar quién era mejor. Por un lado la razón exponía su catálogo de razonamientos y en tono de oratoria perfecta dialogaba sus argumentos. La imaginación, por su parte, exaltaba su capacidad creativa en un discurso lleno de metáforas que erizaban la piel y transportaban al más distraído a nuevos mundos. Así pasaron media vida y, como no se pusieron de acuerdo, se enemistaron para siempre. Desde entonces no hubo más pensadores.


¡Suicidio!


El pequeño Alonso murió ahogado. Entre lágrimas la madre explicó que había encontrado flotando el cuerpo de su “amado” hijito en la cisterna de la casa. Pero ella bien sabía que aquel jueves por la tarde, después de mirar sus calificaciones lo tomó de los cabellos y le hundió el rostro en el interior de aquella cubeta que él tanto odiaba. Alonso dejó de respirar y el ímpetu de esa mujer la impulsó a lanzar el cuerpo inanimado dentro de la cisterna. Ahora ella gimotea como un perro triste frente a los vecinos, delante del cuerpo hinchado y adjudica el suicidio de su hijo a las malas notas en la escuela y a la borrachera del padre, en un lugar donde la violencia no es novedad.

Ilustrados

Soñé que la clase política mexicana se entretenía en triquiñuelas y subterfugios, mientras la nación caía en mil pedazos, embriagada con la final del reality show. Sólo un sueño. Al despertar salí a la calle y no encontré un alma. Pensé que la revolución había comenzado... Pero no, como es domingo, la clase política vacaciona en el extranjero y millones de familias son víctimas del televisor. Qué triste advertir que por aquí la Ilustración nunca sucedió.

Exorcismo


José Antonio Rojas. 1973.Ciudad de Torreón Coahuila al Norte de México. Posee un libro inéditado titulado: “Ecos de pasos” recopilando sus primeros Cuentos de los cuales se destacan : “He Descubierto Algo Horrible”, “Scrah”,” Luces Rojas”, “Mensaje Urgente” “Eco de Pasos”, “La Muerte Murió al Matar”, “Seres Nocturnos” “Las Claves” “Cactus” “Café y Destino” “¿Cómo se Gana la Vida un Pobre Diablo?” y “Por Encargo”, de donde pertenece el cuento que ahora presentamos:

Exorcismo

—¡Asmodeo! Impregna de obscenidad y lujuria a ese hereje. Belcebú trasforma sus pensamientos en maldad y podredumbre. ¡Lucifer! Acude a mi llamado, dame tu poder y guíame en esta contienda— invocaba el extraño personaje de túnica negra.

Truenos, quejidos y lamentos, vinieron como respuesta. El pentagrama dibujado en la pared ardió en llamas, los retratos e imágenes satánicas cobraron vida. Todo en torno a un joven amarrado de pies y manos a una cama.

La vorágine concluyó con un momento de calma donde una fragancia dulce y floral impregnó el olfato de los presentes. Trinos de pajarillos ambientaban el vuelo de mariposas multicolores que aparecieron por doquier en la habitación.

—¡Es imposible!—vociferó molesto el obispo negro —No hay nada que hacer esta poseído por el Espíritu Santo— le dijo a una compungida bruja que lloraba la desgracia de su hijo.

Teatro Cubano (Otilio Carvajal)




Tuvimos la afortunada oportunidad de compartir casi toda la noche posterior al Festival Mundial de la Poesía con este insigne poeta cubano. Entre risas y algunos tragos nos regaló el libro de teatro motivo de esta reseña. En cuya contraportada afirma Luís Pérez de Castro: “Condenados es una obra escrita con sobriedad, donde el manejo de la trama y la diversidad psicológica de los personajes denotan dominio del género.
¿encierro, alucinaciones, búsqueda, realismo o fantasía? Son interrogantes que se podrían desprender de esta lectura, presentada con un lenguaje enérgico y punzante.
La idea de una partida, la poesía, la bandera devenida en bolso y la confesión de un posible asesinato, reciben ahora un nuevo aporte con el punto de vista del perdedor individual.
Blanconieba se detiene ante el cruel acontecimiento de ver pasar la vida. Madrastra sigue aferrada a los límites de la podredumbre. Pulgaria puede ser el hallazgo. ¿O será tan solo la continuidad?”

Otilio Carvajal Marrero (Ciego de Ávila, 1968):

Narrador y Poeta. Ha publicado los poemarios El libro del profanador, Oda al pan y Los navíos se alejan; las novelas Ponme la mano aquí, El libro del Holandés, Dime con quién andas y El libro más triste del mundo. Entre sus premios se destacan José María Heredia, Manuel Navarro Luna, Raúl Gómez García y Bustar Viejo, todos en poesía; en narrativa cuenta con el premio Regino Boti en teatro. Es miembro de la Uneac.

Emán Publica en Colección Páginas Venezolanas








El reconocido poeta y narrador Gabriel Jiménez Emán, lanzó una novela titulada Averno a través de la Fundación el Perro y la Rana. Esta novela escrita en clave de anticipación, presenta buena parte de los dilemas tecnológicos, políticos y morales que han marcado al siglo XX y parecen pervivir después: terrorismo ideológico, droga y prostitución en círculos políticos y del espectáculo, clonación humana, alimentación transgénica, contaminación ambiental y, sobre todo, el poder global que grandes corporaciones desean ejercer sobre los individuos, manipulando sus conciencias a través del capitalismo de Estado. A estas fuerzas negativas se enfrentan las de una minoría creadora que con el poder del arte, la literatura, la religión y la ética, intentan soslayar el vacío adonde pretenden conducirlos aquellas.

Gabriel Jiménez Emán (Caracas, 1950):

Es narrador, poeta, crítico, ensayista, investigador, antologista y traductor. Ha publicado Los dientes de Raquel (1973), Los 101 cuentos de 1 línea (1981), Relatos de otro mundo (1987), Una fiesta memorable (1991), Tramas imaginarias (1991), La gran jaqueca (2002), La isla del otro (1979), Mercurial (1994) y Sueños y guerras del Mariscal (2001).

Ha incursionado también en la poesía con Narración del doble (1978), Materias de sombra (1983), Baladas profanas (1993) y Proso estos versos (1998) y en el ensayo con Diálogos con la página (1984), Provincias de la palabra (1995) y Espectros del cine (1998).

Con Averno, Jiménez Emán ingresa con paso seguro a la tradición novelística de las utopías de ciencia ficción, realizando a la vez una audaz tentativa por insertarse dentro de la bildungsrman o novela de formación.
Para encontrar esta novel puedes visitar a la Librería del Sur de tu localidad.

Yo, Solo Dios


La presente pieza teatral, Yo, solo Dios de Roger Herrera Rivas, escéptico desadaptado, nos adentra con sospechosa serenidad e una urbe de contradicciones, donde lo ontológico se explíca en la confusión babélica de lo teológico. (Jeroh Juan Montilla).

Roger herrera Rivas (Caracas, 1962):

Poeta. Licenciado en Teatro (instituto Universitario de Teatro). Ha publicado el estudio monográfico Apuntes sobre el Teatro y su doble (2001), y los poemarios Fragmentos (1987). Lacrín de Dios (1996), Desadaptados (2000), Elegías de Wölfing y Los balandros son sioses (2005).

Obtuvo la mención del premio Tomás Alfaro Calatrava (2000), auspiciado por el diario Antorcha y el Ateneo de de el Tigre.

Con esta obra el autor fue uno de los ganadores del certamen Mayor de las Artes y las Letras que promueve el Ministerio de la Cultura. Y puedes conseguirla en la Librería del Sur en tu ciudad.

Los Bolsas También escriben


El autonombrado “Poeta desconocido” (Miguel Lugo Zavala) ha presentado a la crítica su libro de poemas, canciones y refranes populares. Muchos de los maquilla e impregna del humor puntiagudo que siempre le ha caracterizado.

Con este libro, el cantor yaritagüeño, deja las filas de la ineditez para engrosar las no pocas plazas de la literatura venezolana. Aportando un sinnúmero de reflexiones selladas por el imaginario del autor: “En la vulgaridad del pobre, esta incluida la lealtad, la honestidad y el sacrificio”

Veamos algunas reflexiones del poeta desconocido:

Los seres humanos cargamos sobre nosotros mismos dos enemigos implacables:
¡La lengua y el órgano sexual!

Cuando una mujer sin haberse casado sale descuidadamente embarazada, se dice jocosamente que la pobre metió la pata. Pero se pasa por alto de manera deliberada el hecho de que quien la embarazó fue el que metió algo que no fue precisamente la pata.

Aquel que nunca progresa, es porque el rabo le pesa.

En la sapiencia del prepotente, se oculta en forma soterrada la falsedad y la traición.

Lo vulgar, lo obsceno y lo morboso es el complemento abstracto, intangible e inevitable de todo cuanto nos rodea.

El matrimonio es una especie de cuartel militar, en donde trinfa quien tenga mayor número de municiones.

Tener un hijo, es tener bolas… Tener cuatro, cinco, seis o siete hijos… ¡Qué bolas!

Si usted desea comprar este libro llame al editor de Zavala (Tito Mendoza): 0424-5502456.

Fracaso Stereo

Daniel Cardona Ochoa. Colombia.

Dos horas después estoy en la calle. Podría decir que fueron dos horas perdidas. Aunque el auditorio haya aplaudido a rabiar en el momento en que la palabra FIN se apoderó de la pantalla, para mí esta estúpida película fue hecha para ser olvidada. Yo también.

Compro un paquete de rosquillas rellenas de queso y me las voy comiendo mientras camino. Soy una máquina perfecta, camino y como al mismo tiempo. Dos cuadras más adelante un mendigo me pide una rosquilla. Apuro el paso y lo ignoro, simplemente no se me da la gana de regalárselo. Tal vez lo considero una máquina imperfecta, solo camina, no come.

Refelexiono, ya ni quepo en los pantalones y trago igual que un marrano, sin embargo, le niego un pedazo de harina a un cadavérico sujeto que apenas tiene alientos para arrastrarse. La conciencia se me retuerce y la comida se me atora en la garganta. Debo regresar.

Doy la vuelta, 180 grados sin dejar de masticar, tecnología de avanzada. Me dirijo al lugar donde se encontraba el indigente. No hay rastro de él. Me averguenzo de mí mismo. Continuó mi camino.

Llego emparamado de sudor a la videotienda. Por más que camine, por más que sude, jamás podré eliminar las calorías que consumo, no hay nada que hacer, balance energético para principiantes. La administradora me saluda con falsa simpatía. Sé que piensa que soy un gordo asqueroso. Sé que está en lo correcto. Le miro el culo con malicia para que me coja mas asco.

Voy a la sección de películas europeas. Un título alemán me llama la atención. "Sombras nocturnas". Recuerdo haber leído una crítica al respecto en la sección dominical de cine. El que peca y reza empata. Debo resarcirme de la basura hollywoodense que me tragué en el cineclub. Tomo la caja y paso a la sección de comidas. Un paquete de crispetas y dos barras de chocolatinas serán suficientes para acompañar la película. Tal vez no.

En la taquilla dejo caer el DVD y las golosinas. La administradora me hace la cuenta sin dejar de sonreir. En mi cartera tengo billetes limpios pero siempre guardo uno en mi bolsillo delantero para la vieja esta. Le entrego el sudoroso papel. Lo toma con un inocultable fastidio a pesar de su fallido intento por disimularlo. Me entrega el cambio, billetes limpios y aromatizados. Ahora si saco triunfal mi cartera para guardarlo allí, dejándole ver a la farsante que tenía suficientes billetes limpios como para alquilar noventa películas. Siempre le hago la misma jugada. Le miro el culo. Sufro una erección. No deja de sonreir.

Camino con el paquete unas cinco cuadras. El ascenso a través de la inclinada pendiente me hace sudar como una vaca. Tal vez lo sea. La noche es fresca, una leve brisa me baja un poco la temperatura. Llego a mi apartamento. Me acuerdo del mendigo y por alguna razón le regalo una de las chocolatinas al portero del edificio. El tipo es mas gordo que yo pero mi conciencia se tranquiliza.
Llego al cuarto piso con el corazón en la mano. La bolsa con las crispetas, la chocolatina y la película continúan en la otra. Abro la puerta y enciendo las luces. Entro al cuarto, le echo una mirada a la foto que guardo de mi ex-esposa. La fotografía me recuerda que fuí hecho para ser olvidado. Voy al baño y me ducho con agua hirviente.

Con la conciencia tranquila y el cuerpo limpio me dispongo a ver la película. Antes, saco una cerveza de la nevera. Aprieto el play. Cierro los ojos y pienso en la vieja de la videotienda. Sufro una erección. Con una mano tomo cerveza. Con la otra me hago una paja. Eructo. Un leve olor a cerveza inunda mi habitación. Eyaculo. Un olor diferente se mezcla con el anterior.

Jotamario en "Paños Menores"

En el pasado Festival Mundial de la Poesía, tuvimos el honor de conocer a Jotamario, quien nos regaló y autografió sus PAÑOS MENORES. El Premio Internacional de Poesía “Víctor Valera Mora” fue otorgado a éste autor, quien es considerado como uno de los primeros escritores del Nadaísmo Colombiano. En su segunda edición año 2008, se concedió el primer lugar a esta obra por “la fuerza vital de sus imágenes, su poética contemporánea y la renovación que hace del lenguaje coloquial entretejiendo en el mismo la ironía y el humor.”

ESTOS SON ALGUNOS DE SUS POEMAS:


Poema de invierno

Llovió toda mi infancia.
Las mujeres de la familia
aleteaban entre los alambres
descolgando la ropa. Y achicando
hacia el patio
el agua que oleaba los cuartos.
Aparábamos las goteras del techo
colocando platones y bacinillas
que vaciábamos al sifón cuando desbordaban.
Andábamos descalzos remangados los pantalones,
los zapatos de todos amparaos en la repisa.
Madre volaba con un plástico hacia la sala
para cubrir la enciclopedia.
Atravesaba los tejados la luz de los rayos.
A la sombra del palo de agua
colocaba mi abuela un cabo de vela
y sus rezos no dejaban que se apagara.
Se iba la luz toda la noche.
Tuve la dicha de un impermeable de hule
que me cosió mi padre
para poder ir a la escuela
sin mojar los cuadernos.
Acababa zapatos con sólo ponérmelos.
Un día salió el sol.
Ya mi padre había muerto.


Pompas Fúnebres

Enterró a su abuela como pudo, con amor, con modestia,
con pobres recursos.
En ese tiempo ganaba poco dinero; no había qurido
terminar sus estudios.
Enterró a su padre con toda la pompa, estrenado vestido,
con misa cantada.
Lo habían ascendido en su empleo, le hicieron un préstamo.
Enterró a su madre con un funeral tan solemne
que el cortejo colmó varias cuadras
y las flores no cupieron en el cementerio.
Los tiempos habían cambiado; ahora manejaba el negocio.
Enterró a su amigo del alma en su suelo nativo; fletó dos aviones
que llevaron al sitio cadáver y deudos.
Se había vuelto persona importante: tenía crédito en todos los bancos.
Enterró a la mujer de su vida en un gran mausoleo
custodiada a los cuatro horizontes por un mármol de arcángeles.
La fortuna le había sonreído; marchaban bien las cosas.
Murió pobre, de golpe. Liquidada la empresa lo habían despedido.
Los ahorros de toda su vida había dilapidado en entierros.
Hoy reposa en la tumba contigua
a la tumba que ocupa su abuela.



Venganza China


Los agentes secretos que me perseguían están ahora
en las mismas cárceles donde intentaban guardarme
Las novias que me abandonaron están casadas
con zarrapastrosos
La agencia de arrendamientos que pretendió entablarme
Juicio de lanzamiento fue cerrada por el gobierno
Los empresarios que vetaron mi solicitud de empleo
han visto quebrar sus negocios
El pisaverde que perjudicó a mi hermanita en una piscina
se ahogó en Juanchaco
Los profesores que me hicieron perder el bachillerato
se han puesto verdes viendo
En el pequeño tomo de pastas verdes editado en París
en la letra A:
Arbeláez Jotamario, Cali, 1940, Poeta.


*Para conseguir este libro pueden recurrir a cualquier sede de la Red de “Librerías del Sur” ubicadas en la capital de cada estado.

Poesía (Una risa que se ríe de mí)


Hindy Calderón Plaza, Valencia, 1972.

Es Licenciada en Educación Mención Artes Plásticas de la universidad Carabobo. Ha publicado en diversos diarios culturales como: La Tuna de Oro, Poesía y Diario El Carabobeño. Obtuvo el premio de X Concurso Nacional Literario “Pedro R. Buznego”, Mención Poesía (2001).


Este libro habla de una manera muy original sobre la forma en que la autora vislumbra el alumbramiento poético. Y he aquí una muestra de ello:


Poema Efectista

Este poema hace ruido
es morboso, necrófilo
ácido, triple X, camisanegra
un poco sádico también.
Divierte o impresiona
atenta contra el dogma religioso
orina las intituciones
vomita sobre el poemita de amor
Su explosión de imágenes
logra dejarnos abierta la boca
la mente

El cursi


Es un texto manoseado
casi prostituido
de tanto escribirlo-leerlo-regalarlo
amorosos, confesionales

Es el mismo texto
manuscrito casi siempre
despide el encanto pueril
casi sacrílego
de lo gastado

Otro poema necio


Es el peor de todos
se niega a ser escrito
se revela con pudor
ahorra tantas palabras como puede
es mezquino
Inventa su propia guerra a la palabra
a veces no alcanza para decir
y otras veces nombra demasiado
casi siempre dice con exactitud
Deja siempre algo
latiendo en su escritura.

*Para conseguir este libro visita La Librería del Sur de tu localidad

Fractal: Lo fugas y lo fluido

Este libro que nos trae la Red de Imprentas Estadales en su Capítulo Lara, es una mirada concisa sobre la imagen rebelde. Un conjunto de relatos breves donde el autor muestra una voz moderna. Lo oral y lo escrito se hacen ciudad, emoción y acción: “tal vez tu cabello se deje colar, junto a un leve aroma que me traiga el ruido de la avenidas en la madrugada”.

Ernesto Caldarelli, Barquisimetano, nacido en 1978. A participado en diversas publicaciones alternativas como: La uña enterrada de México, Subsuelo Insurgente, El Clandestino, Juventud RebeldeZine, Ganster Skazine y otros más formales como: Informe 7 y Reporte Confidencial. Actualmente cursa estudios de cine CIECA, donde fue guionista y director del cortometraje: “Mutantis, Mutandis” y dierector de “Un, Dos, Tres…”.


Exponemos aquí una muestra del libro:


Deux Ex Machina


Según lo que he escuchado por ahí, dios es caos, está en todos lados, es omnipotente, lo ve todo, es creador de todo, es inquisidor. Además no existe.


Atrofia


El mosquito quiso asomarse a través de la ventana, decidió pensarlo bien, antes de cometer la imprudencia. Tal vez, quién sabe, la prudencia podría llevarlo a terrenos de soledades e injuria.

Así que lo pensó durante trescientas cuarenta y cinco semanas. El último día de la semana trescientas cuarenta y seis, tomo la perilla de la puerta, la giró. ¿Salió? Tal vez, quién sabe.

Para adquirir esta obra visita La Librería del Sur en la Capital de tu estado

Norys está en Monte Ávila




La Barquisimetana Norys Saavedra Sánchez, fue publicada en Monte Ávila Editores con su libro Hilos de cocuiza. Poesía 1998-2008, Colección Altazor.

Este es un libro que cruza la memoria agria y luminosa, las resolanas históricas que vuelven a interpelarse, los lugares silenciados por la historia dominante, el guayabo y la ausencia, nuestra historia libertaria, deslumbrante y desolada. Por ahí van los tiempos de Norys, buscando redefinir verdades, haciendo pueblo en la escritura; volviendo a recomponer el tejido de la patria desde aquel grito discreto que es la fascinación.

Norys Saavedra Sánchez (Barquisimeto, Venezuela, 1972). Poeta. Participó como invitada en el Festival Mundial de Poesía 2007, en el Festival Mundial de Poesía 2008 y en el Encuentro de Escritores del Alba. Es autora del poemario De áridas soledades (2007).


Primera edición, 2009, 251 pp.
ISBN 978-980-01-1708-8


Para comprar este libro al detal lo invitamos a visitar las Librerías del Sur
y para hacer compras al mayor visite la Distribuidora Venezolana del Libro

Kelly Pacheco rompe el celofán




En el cuarto piso, apartamento 11, primer poemario de esta autora barquisimetana, cuyas imágenes y atrevimiento lo sitúa en un espacio diferencial dentro de la nueva literatura venezolana:

"Pero la idea, de que al abrir la segunda gaveta, voraces vaginas
saldrán de entre tus secretas cosas a morder mi mano, no acaba de convencerme".

Kelly Pacheco nos honra con esta publicación que incrementa el reservorio poético del Estado Lara y el país, dando muestra de su fertilidad y sobretodo, de ese punto de ebullición que hoy día vivimos al calor de una revolución cultural que incentiva el pensamiento crítico y creativo.

Ediciones Yo invita a disfrutar de esta obra publicada por la Red nacional de Imprentas, Capítulo Lara.

Otro libro de José Antonio Yepes Azparren



Escritura limpia, musical y erótica que aborda el cuerpo femenino con profundidad poética e inventiva verbal. Con Tú mi río de llamas, poemas para un cuerpo (2009) de José Antonio Yepes Azparren, editado por el Sistema Nacional de Imprentas, Capítulo Lara, se enriquece, como lo afirma Juan Liscano en su prólogo, la escasísima producción erótica en el orden de nuestra literatura.

SALVE

Reconquistado lecho en la herida que nos llama, ya incurable,
hacia un morir nunca consumado. Duración que alza la más hermosa herida
donde lo aparentemente informe se hace deseo, vigorosa forma de la piel visitada.

Cuerpos consumado en el baile del amor, motivados por el canto, por la palabra hecha música. Si bien es esta poesía de Yepes Azparren la búsqueda del poema como un todo sensorial, es también la búsqueda de un todo femenino, cuerpo y alma al borde del papel, o entre líneas o en el silencio:

Al borde de tu cintura donde tu alma está desnuda.

Asistimos así a una lectura vigorosa, reduccionista si se queire, que refleja una cosmovisión con tan sólo lo esencial.

LEJOS


L’ orrore e la meraviglia of it
Pavese

Donde la distancia
es la dolorosa ausencia del cuerpo
escucho lejos latir
mi corazón contigo.

Porque posees mi soledad
cae vertical el dolor sobre esta noche.

La sola noche sin fin.

Quemando a Venezuela, un libro de Juan Manuel Parada










El abandono progresivo del ámbito rural y el acelerado y aparentemente ineluctable hacinamiento del hombre en las ciudades, espacio mucho más propicio para la aparición y el incremento exorbitante de los vicios y las bajas pasiones, incidieron notablemente, a lo largo de la pasada centuria y durante el transcurso de la actual, en la creciente y rauda proliferación de la marginalidad y de los desafueros humanos inherentes a ella. Atribuible muchas veces a la imperfección de nuestras sociedades y otras a la morbosa vocación por el delito que suele convivir, en perfecta simbiosis, con determinados especímenes, esa lamentable forma de asirse a la existencia citadina también se ha convertido en una especie de surtidor, abundoso in extremis, hacia el que tienden a inclinarse algunos escritores acicateados por la intención de labrarle un sitio en el entramado de sus obras.

Aunque no me atrevo a asegurarlo, probablemente haya sido Guillermo Meneses el primer narrador que se arriesgó a incorporar el tema de marras a la cuentística venezolana. Aun cuando resulta innegable la trascendencia de la prosa regionalista o de la tierra, cuyo exponente más connotado, sin lugar a dudas, sería la célebre novela de Rómulo Gallegos publicada en 1929, ya en los cuentos del escritor caraqueño aparecidos en la década del treinta del pasado siglo es factible advertir indicios del traslado del escenario rural hacia el entorno suburbano. En semejante hábitat se mueven, verbigratia, las criaturas que apreciamos en La balandra Isabel llegó esta tarde, texto que vio la luz en 1934 y que, añadido a los restantes alumbrados más o menos por esa misma fecha, presupondría un intento de renovación literaria de irrefutable validez en estos lares.

El amplio abanico de sucesos que conforma Quemando a Venezuela y otros relatos no desdeña el acercamiento creativo a esa dolorosa realidad que, dada la ineficacia de los mecanismos diseñados para combatirla, tórnase más preocupante aún cuando el azar le usurpa el aire a quienes tratan de evadirla o ignorarla. En su libro iniciático, merecedor de un premio en el Certamen Mayor de las Artes y las Letras del 2006 y publicado ese mismo año por la Fundación editorial el perro y la rana, Juan Manuel Parada (Yaritagua, 1980) incursiona con viento favorable por este y otros derroteros.

Los entes marginales involucrados en una porción considerable del universo existencial que nos entrega el joven narrador yaritagüeño difieren, sin embargo, de las entelequias menesianas. En sus cuentos, si excluimos la aparición esporádica de la drogadicción, el tratamiento de la marginalidad se vincula, sobre todo y más atinadamente, con la recreación de la violencia cuyo clímax suele concretarse a través del zumbido de una bala o de un deceso súbito. Si bien algunas veces esta constituye la columna vertebral del acontecimiento que se nos participa, también se nos ofrece incorporada sólo de manera tangencial a la trama en la que irrumpe de forma un tanto imprevisible, quizás para la consecución de un dramatismo afín a realidades a las que no siempre conseguimos sustraernos.

Siguiendo el orden cronológico del libro - y soslayando momentáneamente asuntos a los que me acercaré más adelante -, ya en el tercer relato de los quince que configuran el cuaderno, Juan Manuel se dispone al abordaje del contexto que ha venido ocupándonos. Un ladrón en emergencia sintetiza, mediante la alternancia de dos voces narrativas, el fatídico drama del cazador cazado. Así, al monólogo del gánster que, traicionado por uno de sus cómplices, finaliza herido mortalmente durante la realización de sus andanzas, se le intercalan fragmentos del discurso en segunda persona de alguien que lo juzga mientras el delincuente, abandonado sobre una camilla, aguarda por la asistencia imprescindible de un galeno. Aunque los planos temporales son diferentes, la convergencia espacial de ambos protagonistas torna verosímil el andamiaje del texto. Y el desenlace, doloroso por cuanto nos conduce a avecinarnos con las emanaciones de la muerte, implicita un acertado cuestionamiento a los deslices de la ética.

Albures y Nueva vida, dos de los relatos más extensos y, a mi juicio, los más consistentes de la recopilación, nos muestran a un creador con dotes para el ejercicio venturoso de la narrativa. En el primero de ellos, valiéndose de una meticulosa fragmentación de la urdimbre, nos presenta el autor a varios personajes cuya existencia conflictiva y la búsqueda de probables soluciones tienden a vincularlos en encuentros aparentemente fortuitos. En connivencia con el título, el final nos apabulla con el fallecimiento azaroso de un hombre ajeno a los desmanes de la marginalidad. El segundo nos asoma a un vasto fresco de los avatares gansteriles donde el protagonista, que finalmente intenta regenerarse, concluye - por una ironía macabra del artista o por antífrasis con el título - estrellándose contra el parachoques de un camión.

Como ya he sugerido más arriba, en Quemando a Venezuela… coexiste una notable gama de intereses temáticos. Y otro de los demonios que asedian a Juan Manuel es el relativo a las complejidades de la vida de un escritor. Una proporción importante de su libro se le confiere al tratamiento de estas preocupaciones. Y ello no debe sorprendernos, máxime si convenimos en que tradicional y desafortunadamente, casi nunca en estos países nuestros el ofrecimiento a las exigencias de la literatura se ha revelado como una profesión rentable. La consagración antes de la entrada en el sepulcro siempre me ha parecido un privilegio al que sólo acceden algunos pocos elegidos de los dioses. El compromiso con las letras presupone, para quien se decide a contraerlo, una usurpación tácita del tiempo que osan reclamarle los oficios con los cuales sí puede sustentarse, o una disminución de los minutos exigidos por el descanso corporal, o cierta dejadez en el aporte de afectos a las personas que lo aman.

A pesar de que en dos de sus relatos el narrador, quizás para no nadar solo en contra de tendencias aún sólidas, se aproxima a los cánones de la cuentística signada por elementos referentes a los cotos de la fantasía, en el cuaderno se evidencia el propósito de ambientar los textos en circunstancias incuestionablemente verosímiles. Por lo mismo, estos cuentos de Juan Manuel que, a decir verdad, en ocasiones dejan traslucir algunas deficiencias en el uso del lenguaje - la reiteración innecesaria de gerundios, por ejemplo - imputables, creo yo, a la prisa que nos impone la convocatoria de un concurso, se nutren de la experiencia física del autor y de la observación directa y de la sátira juiciosa a los baales de la cotidianidad. Intención esta que, francamente, no dudo en suscribir. Próximos a los cien años del estallido de las vanguardias, lejos de continuar vertiendo agua sobre un terreno ahíto de humedades, tal vez no resulte descabellada una ligera inclinación del astrolabio hacia lo todavía rescatable de las simientes originarias.

Arístides Valdés Guillermo. Yaritagua, 5/8/2009.

Entrevista a Jotamario Arbeláez


El nadaísta colombiano responde a los cuestionamientos del poeta boliviano Gabriel Chávez Casazola.

Jotamario Arbeláez, Foto de JALJotamario Arbeláez (1940), poeta y publicista de origen caleño, formó parte del movimiento nadaísta, el mismo que se trasladara a Cali con el propósito de sustituir el busto de “María” la de Jorge Isaacs por uno de Brigitte Bardot. Desde la publicación de su primer libro El profeta en su casa (1966), Jotamario demostraría toda la ironía y mordacidad que aprendiera con sus lecturas de los surrealistas. En 1980 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Oveja Negra y Golpe de Dados, con Mi reino por este mundo (1981).Así mismo ha publicado El libro rojo de rojas (1970), escrito en colaboración con Elmo Valencia; la antología Doce poetas nadaístas de los últimos días (1986) y El espíritu erótico (1990), antología poética y pictórica realizada junto con Fernando Guinard. En 1985 ganó el Premio Nacional de Poesía Colcultura con “La casa de la memoria” y en 1999 el mismo premio, esta vez del Instituto Distrital de Cultura y Turismo, con “El cuerpo de ella”. Como publicista, ha participado en el diseño de las campañas de Belisario Betancur, Alvaro Gómez y Andrés Pastrana. En el 2008 ganó el premio Víctor Valera, en Venezuela por su libro Paños Menores publicado en Alfoja Ediciones, col Azor, 2003, México DF.

Jotamario Arbeláez: “Los Nadaístas nos propusimos fracasar. Unos triunfaron pero otros fracasamos en el intento”.

Afirma un amigo que los bolivianos somos asincrónicos al tiempo de los movimientos poéticos. Tal vez eso explique que allá por 1990, un puñado de recién estrenados escritores, juntos y revueltos en la ciudad de Cochabamba -que Unamuno creyó especialmente propicia a la imaginación- hayamos descubierto, con un júbilo digno de nuestra condición primeriza, al Nadaísmo y sus p(r)o(f)etas.
Conseguir sus textos no era fácil en un país que había decidido ser mediterráneo espiritualmente para hacer juego con su condición geográfica. No llegaban muchos libros de poesía y menos de autores ni canónicos ni comerciales (cosa que ahora, la verdad por delante, no ha cambiado demasiado). No estando disponible aún el salvavidas de internet, era la magia de las propias palabras la que nos proveía, como ahora quiero pensarlo, mientras paso revista a aquellos años atravesados por las cubiertas naranjas de la edición que Carlos Lohlé -que solía también entregarnos a Kazantzakis- había publicado de la Obra Negra.
Sin duda, este descubrimiento boliviano de los nadaístas fue un tardío Tabor, aunque vista la eternidad de las cosas poéticas y considerando que el tiempo, como dice Borges que dijo Macedonio Fernández, es una falacia, eso nos importó un bledo. Adanistas del nadaísmo, que por entonces llevaba ya tres décadas de andadura de las que hicimos caso omiso, leímos, releímos y paseamos por calles y plazas a Gonzalo Arango, Jotamario Arbeláez, Armando Romero, Elmo Valencia y otros de la tribu, tal como si acabaran de venir y revelarse al mundo.
Luego, el tiempo mismo se encargó de demostrarnos que Borges (o Macedonio Fernández, que para el caso es igual) estaba equivocado. Dejamos de ser recién estrenados escritores y, a media jornada o jornada completa, también de ser escritores. Expulsados de la ciudad de la imaginación por la flamígera del pane lucrando, más revolcados que revueltos y más ajenos que juntos, hicimos nuestras propias andaduras, escoltados, eso sí, de algún modo secreto y a la vez evidente en nuestra poesía y en otras destilaciones, por la jubilosa memoria de las cubiertas naranjas del ‘incunable’ -que alguien tuvo a bien decomisarme y debí reemplazar por la edición de Plaza &Janés- y el memorioso júbilo de las ilegales fotocopias de los otros nadaístas, de quienes jamás llegamos a ver un libro impreso.
Pasaron los 90, pasaron tres cuartos de esta década sin nombre (la siguiente será la de los 10, pero ¿y ésta?) y el Nadaísmo cumplió 50 años. La verdad no había caído en cuenta de estas bodas sin oro -ya les decía yo que los bolivianos éramos asincrónicos al tiempo de los movimientos poéticos-, hasta que me lo hizo notar el mismísimo Jotamario Arbeláez, cuando coincidimos, para alegría mía, en la Bienal del Libro de Fortaleza, en Brasil, a la que ambos resultamos invitados este pasado noviembre. Como de aquellos polvos vienen estos lodos, de ese encuentro nació esta entrevista, que a manera de postrer examen de conciencia se publica a pocos días para la muerte del Nadaísmo, prevista -Jotamario dixit- para el 31 de diciembre de 2008, salvo error u omisión.

Jotamario Arbeláez y José Ángel Leyva
Gabriel Chávez: -Han pasado 50 años -se dice fácil- desde que Gonzalo Arango ‘desenfundó’, como dices tú, el nadaísmo. ¿Te imaginabas entonces que la (a)ventura sería tan larga?
Jotamario Arbeláez: -Gonzalo se definía como “poeta, y eterno de algún modo.”
En una entrevista lejana, Amílcar U declaró: “El nadaísmo es una cosa eterna que apenas lleva 5 años.”
Para conmemorar la desaparición del “profeta” escribí el réquiem: “Gonzalo Arango. 20 años en la eternidad”.
X-504 había inscrito. “La eternidad tiene tiempo de esperarme”.
Elmo Valencia consideraba el nadaísmo la antesala del fin del mundo.
Armando Romero sentenció. “El nadaísmo podrá morir, pero sus gusanos son inmortales.”
Sin embargo, en el primer manifiesto, redactado cuando todavía éramos contingentes, se había previsto:
“¿Hasta dónde llegaremos? El fin no importa desde el punto de vista de la lucha, porque no llegar es también el cumplimiento de un destino”.
Después de dar 50 vueltas al sol con los pies en la tierra movediza de la poesía, y con la mitad de los fundadores en el subsuelo, podemos notificar que llegamos, y nos pasamos.
-La revolución -política, sexual y de las percepciones- que ustedes enarbolaron hace medio siglo, siendo pioneros también en esto, ha tenido unas derivaciones, por decir lo menos, inquietantes. ¿Será esto un fracaso? Y si así fuera, ¿le preocupa el fracaso a un nadaísta -si por definición no debería hacerlo?
- Hicimos la apología de lo que se consideraba delito con la esperanza de que ese delito derivara en la legalidad y la norma. Elogiamos la marihuana incipiente y se consolidó el narcotráfico. Cantamos la lucha del guerrillero heroico y a la guerrilla se le coló la heroína. Magnificamos la sexualidad desbordada y reventó el sida. Haber perdido estas tres monumentales batallas no es una derrota. Nos propusimos fracasar. Unos triunfaron. Y otros fracasamos en el intento.
-Hay quienes afirman que el nadaísmo ha sido el movimiento más importante en la historia de las ideas en Colombia. ¿Concuerdas con esta apreciación? ¿Y cuál crees que fue y es su importancia en la literatura colombiana y latinoamericana?
- El nadaísmo no puede haber sido el movimiento más importante de las ideas en Colombia porque en Colombia las ideas no tienen historia. No tratamos de imponer nuevas ideas sino sacar a los colombianos de la idiotez. El nadaísmo no tiene en sí ninguna importancia, aparte de la que le ponen las jóvenes víctimas de la doctrina y los críticos ya cacrecos que en 50 años no pudieron exterminarnos. En medio siglo, fuimos el único movimiento que se movió en Colombia. De los 13 poetas iniciales ha muerto la mitad más uno. De los sobrevivientes ninguno padece ni gota de reumatismo ni de resentimiento. El nadaísmo no ha hecho nada memorable, salvo hacerse olvidar.
-En la Bienal del Libro de Fortaleza, este pasado noviembre, se planteó la posibilidad de inscribir al nadaísmo como parte de una ’segunda vanguardia’ en el siglo XX. ¿Por ahí van los tiros?
- Nos presentamos como vanguardia al despuntar los 60s porque nunca hubo vanguardia en Colombia. Y mucho menos la habrá después de nosotros. Para nosotros la vanguardia quedó atrás. Como la protesta. Como la piedra. Como el escándalo. El único mueble que conservamos es una silla zen de tres patas. Sobre la que por turnos saboreamos el té.
-¿Qué queda del nadaísmo? ¿De veras lo sepultarán los nadaístas vivos este 31 de diciembre, como anunciaste?
- Es mi propuesta, que los demás nadaístas estudian en sus retiros espirituales. La de aplicarle la eutanasia. Y no porque esté sufriendo ni sea enfermo terminal como nuestros últimos enemigos. Creo que mejores batallas se podrían seguir librando con el cadáver. Pero en el testamento de Gonzalo Arango leemos: “No hay que luchar, ni por la vida”.
-¿Recuerdas cómo te hiciste nadaísta? ¿O los nadaístas no se hacían sino que nacían?
- Me hice nadaísta porque no pude ser otra cosa. Para maquillar mis fracasos de adolescente. Asumí ser poeta para poder acreditar una actividad en los registros de los hoteles. Lo que me hacía aún más sospechoso que declararme simplemente vago. Cuando me publicaron el primer poema supe que había firmado mi condenación eterna. No me quedó más remedio que persistir. Y el remedio fue milagroso.
-¿Todavía conversas con Gonzalo Arango? ¿Si es así, qué se dicen, muerte de por medio?
- En un sueño, recién desaparecido, Gonzalo, refugiado en el Tibet, me preguntó: “¿Qué harás cuando se acabe el nadaísmo?”. “Escribir la historia del nadaísmo”, le respondí desde el Titicaca. “La historia sagrada se escribe sola”, dijo en voz baja, y se transformó en un cerezo.
-¿No te incomoda estar asociado, casi sin solución de continuidad, al nadaísmo? ¿Cómo es Jotamario Arbeláez -hombre y poeta- fuera de los márgenes de este movimiento (si tales márgenes existen)?
- El nadaísmo es mi marca de fábrica. Una marca muy cotizada pero invendible. Por eso tuve que hacerme publicista por el camino, para financiar la bohemia de los versos impublicables. Y periodista, para deslizar la poesía entre mis crónicas. En el nadaísmo nunca hubo márgenes, ni siquiera de error. Porque nunca dos nadaístas pensaron lo mismo.
-¿Por qué ser poeta y serlo, peor todavía, en estos tiempos? ¿No sería mejor abstenerse de tal despropósito?
- El poeta no puede serlo sino en los tiempos que le son propios. Para sacar avante el mundo o para ponerle problemas. La poesía no da tregua. Pero de no haber sido elegido por la poesía, con qué gusto habría sido amante latino.
-A la mayor parte de los poetas de hoy sólo los leen otros poetas. No es tu caso, ya que tu poesía llega a una silva de lectores de varia inventio. ¿Cuál es la fórmula?
- Cuánto no daría porque esos que cuentas como mis numerosos lectores de varia inventio, fueran mis amigos poetas. De cada poeta, por lo general sus colegas le leen los dos o tres primeros poemas que escribe y creen que ya saben lo que vendrá. Un truco puede ser repetir los poemas en cada libro. Así los desprevenidos y nuevos lectores se maravillarán de cómo va progresando.
-Pocos pueden contar que han ganado un premio de 100 mil dólares por un libro de poesía. ¿Te sorprendió la noticia del “Valera” en ‘paños menores’? ¿Qué noble uso le estás dando al monto del premio, si no es indiscreción preguntártelo?
- Los voy a invertir en una “pirámide”, con la seguridad de duplicarlos en el corto plazo. Para allí sí poderme dedicar de lleno a la prosa. Si los pierdo, no habré perdido nada. Tengo poemas aptos para un próximo concurso.
______
(*) Poeta y periodista boliviano. casazola@hotmail.com
Nadaísta para siempre
Ahora que mi padre se fue de parranda a la otra cara delaire, y que mi madre y mis hermanas viven de su retrato yorgullosas esperan que yo también vaya tomando el tono sepiade los viejos daguerrotipos,ahora que tengo bolsillos de sobra para manducar por todos loshambrientos del mundo y no proveniente de herencias ni decontrabando de coca mas he perdido el apetito,ahora que nada me falta sino la desesperación tan querida yaquella soledad que poblaba mis páginas de criaturas de carne y humo,ahora que calzo y visto de las vitrinas que me tientan, que bailo ybebo de las manos y de los pies de las danzarinas incorpóreaincorporadas a mi vida en calidad de serpentinas,serpentinas de paraíso que no de fiesta ni aquelarre,ahora que han descendido las gradas de palacios y vaticanos todoslos césares y todos los píos, que han entrado en liquidaciónintocables y tradiciones yque lo único que resta de venerable es el pobre santo deplomo que hundido en la verdura hasta las narices ponelos huevos de la revolución apoyado en la cruz de su metralletabajo tranquilo del avión sin soltarme del pasamanos,me aventuro por las calles rabiosas de multitud y me hagoperseguir por las miradas ojiverdes de la ley del más fuerte,hago gimnasia en las esquinas, esquivo los embates del toro,me hago el loco a término fijo.
Paño de lágrimas
Padre
Con esta mano que me diste
Bendigo el mundo que me diste
Gracias te doy por la obra de tus manos
Y por la obra de tu amor
Desde mi nacimiento no tuvo paz tu pie sobre los pedales
Y la música de tu máquina de coser arrulló mi infancia
Y te debo no sólo el ánima que ambula con sus tejidos corporales
Sino el ropero que me has hecho
Soy un hombre de paño gracias a tus desvelos
De ti heredo la talla y el modo de amarrarme los pantalones
Tú me diste las primeras puntadas de mi amor por la poesía
Brindo por ti con un dedal de vino!
Un largo inacabable
es tu bondad
Tus reglas siempre rectas
fueron dóciles
Con tu tiza también se escriben
páginas den la humilde historia
Montado en una aguja entrarás al Reino
más veloz que en ningún camello
No perdemos el hilo de tu cariño
Nos unimos alrededor de tus tijeras
Jotamario Arbeláez,



Poema de Yanuva León

Poeta y Editora en caracas del "El Perro y la Rana". Ha realizado varias antologías y publicado en un sinnúmero de revistas electrónicas e impresas. Actualmente se encuentra al frente de las publicaciones infantiles.

tarde maquillada
arrimada al rincón del grito
dibujada por niños raros
manchas
carboncillos
tarde despechada

los codos sobre la mesa
doblada en la esquina
manoseada
tarde desnuda
avergonzada
bocarriba
abierta

Niña Afgana


Vanessa Chapman (Caracas). Licenciada en Letras (UCAB, 2001), ha trabajado en proyectos de investigación y creación para la Fundación Edumedia, y actualmente labora como correctora especialista de la Editorial El perro y la rana. Obtuvo en poesía la mención Publicación del XIV Certamen Internacional de Poesía y Narrativa Breve, de la Editorial Nuevo Ser (Argentina, 2006). Paralelamente, ha realizado estudios de música y cine, desarrollando distintas actividades en dichas áreas.


Steve repetía su nombre una y otra vez: “Sharbat, Sharbat”, y sonreía complacido. Estaba seguro de que ella era a quien había estado buscando por más de 17 años. Le hablaba con ayuda de un traductor, mientras la veía terminar de hacer la comida de sus tres pequeñas hijas, en la calurosa habitación de su casita de piedra en medio de la nada, bajo el inclemente sol de Afganistán. Steve hubiera podido estar ahí sentado en el suelo de la rústica vivienda por horas, capturando cada una de sus escasas palabras y mirando aquellos recordados ojos. Tan grande era su entusiasmo.


Ella también sentía lo mismo, pero no era recatado de una mujer casada hablar alegremente con un hombre, aun cuando su esposo estaba presente y había autorizado la conversación. (Su esposa parecía ser alguien importante, al menos para estos hombres occidentales que habían atravesado el mundo para hablar con ella. Pero, en realidad, él no sabía cómo su mujer y Steve se habían conocido).


Desde el día en que Sharbat había llegado al campamento, se levantaba muy temprano a traer el agua del pozo para luego ayudar a preparar los alimentos. Por aquel entonces tenía unos 12 años y esa era su rutina de todas las mañanas, sólo que ahora estaban muy lejos de su casa y su remota aldea en Afganistán. Atrás había dejado la vida de sus padres, sus cabras y cuanto conocía. La guerra, como un huracán, la empujó hasta ahí, pero no era un lugar desagradable. Les daban ropa y una porción de granos y harina todas las mañanas, y podía salir a jugar con los demás niños durante el día.


A pesar de no ser nuevos, A Sharbat le encantaban los colores vibrantes de su camisón verde y su pañoleta roja. Lamentablemente, no podía mantenerlos libres del polvo que azotaba el campamento. Como el sol, también el viento era inclemente con las personas y en nada les ayudaba a combatir el calor. Sharbat siempre había manifestado el desagrado de tener el pelo enmarañado por la brisa seca y de sentir el polvo colándose por entre la ropa, causando escozor en su cuerpo. Por eso, luchaba por mantener sus cabellos sujetos con la pañoleta, además de sacudirse de vez en cuando la tierra que se acumulaba en su regazo mientras jugaba sentada junto a una tienda.


De repente, se produjo mucha agitación en las cercanías. Los adultos hablaban entre sí y entraban y salían de las tiendas. Los niños, curiosos, corrían a averiguar qué estaba pasando pero los espantaban como a las aves cuando les arrojan una piedra ―pero que, como ellas, regresaban pasado el peligro.


Sharbat también quería saber el motivo de tanto movimiento y caminó entre las tiendas hasta ver un grupo de personas descargando aparatos de un camión. No los conocía, y no parecían traer alimentos. Entonces, ¿a qué venían? Con pasos precavidos pasó junto a uno de los hombres, quien sin embargo la notó y se quedó maravillado. Empezó a hablar en otro idioma a sus compañeros, y señalaba su cara como si nunca hubiera visto una. Era Steve, un fotógrafo enviado por National Geographic a buscar imágenes del drama social que vivían los desplazados por el conflicto soviético en Afganistán. El trabajo del fotógrafo era muy claro. Sin embargo, el bello rostro de aquella niña cambió sus planes por completo; un hermoso decorado con unos indescriptibles ojos verdes como el mar imaginario que le faltaba a su país, profundo como el sufrimiento que habrían padecido ella y su pueblo, inmaculados como la belleza misma de la juventud.


Sharbat empezó a sospechar que este hombre se quería casar con ella. Steve habló con los adultos del campamento y estos la invitaron a entrar en una de las tiendas donde instalaban los aparatos descargados del camión. Una joven mujer occidental, vestida con blue jeans ―para asombro de Sharbat― y franela blanca la llamó y le hizo tomar asiento. A su alrededor colocaban lámparas, desplegaban pantallas y otros curiosos implementos generando un ruido parecido al de moscas atrapadas en un frasco. La mujer le quitó la pañoleta y empezó a peinar sus rebeldes cabellos. Sharbat se sintió algo avergonzada de su aspecto, e inconscientemente contribuyó en su arreglo sacudiéndose una vez más el polvo de la ropa y secándose el sudor del cuello con las mangas del camisón.


En un momento, todos en la tienda dejaron de moverse y reinó el silencio. La mujer de blue jeans volvió a colocar el velo de Sharbat en su sitio y le dijo algo que ella no comprendió. Luego se alejó y ella quiso seguirla, pero los brazos de la mujer haciendo un gesto de detenerse se lo impidieron.


Steve, al otro extremo de la tienda, sostenía un extraño artefacto delante de su rostro. Sharbat no había notado que se dirigía a ella hasta que alguien le pidió, en su idioma, voltear hacia él. Estaba segura: ¡la iban a casar con ese señor! La volverían a llevar lejos, y ya no podría jugar con sus nuevos amigos, y quién sabe dónde estaría su nuevo hogar. El momento no se podía evitar: volteó entonces, envuelta en todos estos pensamientos, hacia él. El aparato que Steve sostenía sonó como si algo se le hubiera roto adentro, ¡y eso fue todo! Le dijeron que podía irse, y ella partió muy contenta de no haber sido entregada a nadie y de poder volver a sus juegos.


Sharbat no supo ese día que le habían tomado una foto. Steve la buscaba desde entonces, pues, según le contó, muchísima gente estaba impresionada por sus ojos y querían saber más sobre ella. (Todo el asunto era sorprendente para el marido de Sharbat, a quien los ojos de su mujer le parecían tan comunes como cualquier otro par de ojos en una cara). En el fondo, Sharbat tampoco entendía por qué se interesaban tanto en ella y después de tantos años, pero en el fondo se sentía complacida de ser el centro de interés de alguien más allá de su familia, y se afanaba en terminar sus quehaceres para permitir que Steve la fotografiara una vez más.

Conejo


Katherine Castrillo (Caracas, 1985) Tesista de Letras de la UCV. Lectora-investigadora del Módulo de ediciones infantiles de la Fundación editorial el perro y la rana.

Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño,
así una vida bien usada causa una dulce muerte.

Leonardo Da Vinci.


Chela dice que cuando Conejo tenía catorce años ya bajaba saltando placas y techos de zinc desde El Chinchorro como si fueran la continuación de los escalones de El Rincón a donde iba a parar, los que daban a su casa detrás de un tanque. Yineth, la hija de Chela, quien luego se convertiría en la última mujer de Conejo, me dijo que a los dieciséis años la policía allanó la casa de él, de su mamá, y encontraron las bolsas de cocaína y las moñas de marihuana metidas en varios de los seis cuadrados de los bloques de las paredes. Esa vez se lo llevaron, pero quizá por unos supuestos amigos en “Canadá” salió rápido.

También nos contó una vez Juan Rabito, el que según tiempo después mató a su mujer a machetazos y metió los pedazos en las bolsas negras que encontraron en el río Guaire, que aquí en el barrio no hay muchos malandros porque Conejo acabó con ellos, o con casi todos, menos con el que lo mató a él. Que con el tiempo se convirtió en lo que la cultura eurocéntrica llama Robin Hood, certeza de calma, guarda de paz, pero no repartidor de breves riquezas. Que en las tardes de papagayos no había tiros cuando había entuque, que en carnaval y que no mataban por mojar al que no era, y que por eso los niños podían subir y bajar la escalera de El Rincón todos los días, precipitándose peligrosamente en ella durante la ere y la coronita, ir al colegio y hasta bailar tambor en la calle los sábados en la tarde frente a la casa de Maritsa, la que movía los labios como si hablara bajito, como dos caracoles tratando de avanzar hacia una misma esquina de su rostro, la hermana de Morocho, el piedredro que de joven le pegaba a la mamá, el único al que Conejo le perdonó la vida porque una bala en la cabeza lo dejó repitiendo llévame pa tu casa, y reptando desde la escalera de El Rincón hasta Altamira.

El apodo lo llevó desde que una culebra que iba los domingos a misa y llevaba un saquito de huesos en el bolsillo izquierdo lo buscara para matarlo, pero se negara a referirse a él por su verdadero nombre: Jesús. De modo que los grandes dientes superiores del hijo de Cristina, dobleblancos incrustados verticalmente en la encía, le dieron el apodo por el que la mayoría lo conocíamos. A la culebra la mató Conejo, según, pero nunca hallaron el cuerpo.


Cacharra, Jorge, como le dice mi mamá, el hijo de María la negra, era amigo de Conejo y me contó que en una ocasión Conejo le refirió cómo él y Caleta empezaron a acabar con los malandros del barrio, primero porque les tumbaban la plaza y después porque, según le contó Caleta a Cacharra, un día Conejo empezó a hablar y que de un sentido de justicia, con otras palabras, que no quería que llegaran de otros barrios a joder la zona, y que empezó su legado cuando supo quién fue el que robó a un vecino, un obrero de construcción que acababa de recibir su quincena. Conejo cazó al que robó al viejo y de frente le dijo por diablo, y le metió siete tiros.


Así en el barrio se generó una contradicción, porque la gente también le tenía miedo a Conejo, tanto como al resto de los malandros, pero desde ese día y cada vez que Conejo mataba a alguno que robara, matara o se metiera con la gente del barrio se despertaba cierta alegría que muy pocos se atrevían a manifestar públicamente. Varias veces yo escuché decir a la señora María, no la negra, sino la blanca, la gocha, a la que le pegaba el marido, ojalá maten a esos malditos que me robaron, y cuando un día amanecían muertos y varios habían visto a Conejo hacerlo, entonces la señora María comentaba con Columba, la mujer del narcotraficante colombiano, que eso era malo, que eran malandros pero no para tanto.


Tiempo después nos mudamos, y Dayerlin mi comadre, mujer de Bolúo, el que mató a Conejo, la hija de Columba y madre desde los quince años, llamó a mi mamá y le contó.

Conejo después de años de ajusticiamientos se metió a vivir con Yineth, se salió de la venta de drogas y se puso a trabajar en una construcción con el primer señor por el que tomó venganza. Ganado el respeto por largos años de limpieza en la zona 9 de José Félix, Conejo subía y bajaba la escalera de El Rincón y hasta iba a El Chinchorro sin saltar placas. Daye, mi comadre, nos dijo que una tarde de sábado ya sin tambor, frente a la casa de Maritsa y la de Rosita, la mamá de las morochas con cejas de portuguesas, las que nunca se casaron, estaba Bolúo montado en su moto haciendo piruetas y tomando cerveza, las dos cosas al mismo tiempo. Ya los niños en un interior enrejado, tragando humo del tubo de escape de Bolúo, tenían tiempo sin besar la calle. Conejo bajó ese día hasta la casa de Rosita para tomarse una cerveza, vio a Bolúo en sus piruetas y le comentó a una de las morochas rebota a ese becerro, la morocha no notó la seriedad de la máxima de Conejo y entró a la casa después de entregarle la cerveza. Conejo miró la calle reducida a tierra yerma, basurero de botellazos y cartuchos quemados, miró de nuevo a Bolúo, jinete sin ley, bacante sometedor, algo vibró en el interior de Conejo, tal vez ese sentido de justicia que me dijo Cacharra, esa sensación de territorio perdido. Conejo no tenía ya el dulce hierro que lo acompañara en la defensa de la zona, la escalera y la plaza, pero aun mantenía el arma de la palabra, un iris infatigable y la fuerza de su propia justicia. Se acercó Conejo a Bolúo y le dijo mira, pana, mosca con los chamos, abre cancha pa que jueguen. Bolúo con una pupila que era toda negrura, miró a Conejo, sacó su pistola y le metió tres tiros porque no tenía más balas.

La señora Rafaela, la abuela de Leidi, novia de Gruber, el malandro más feo del barrio y uno de los mejores amigos de Conejo, llamó a mi mamá para decirle que Leidi fue al entierro de Conejo, que eso estaba lleno, que todos estaban, todos desde Cristina la mamá, Cacharra, las dos Marías, la negra y la blanca, Columba, el obrero, Chela, la suegra, Yineth, la mujer con los dos hijos más una barriga, Caleta que llevó un equipo para poner Nadie es eterno de Tito Rojas y variada salsa erótica, Morocho que llegó caminando hasta el cementerio del oeste. Todos lloraban por Conejo y muchas mujeres se abrazaban y decían que gracias a él sus hijos, ya hombres, bajaron seguros al colegio, que a sus hijas no las tocaban cuando pasaban por la cancha. El cementerio era un cuadro en el que compartían óleo la más profunda tristeza y la alegría de enterrar un tesoro. La señora Rafaela dijo que quería ir pero estaba muy enferma, solo faltamos unos pocos, nosotros por enterarnos tarde, mi comadre por respeto a la viuda, el marido de mi comadre ni explicarlo, y Juan Rabito porque estaba solicitado por la policía desde que unos indigentes encontraran unas bolsas en el Guaire.

Ejercicio de brevedad


Liz Rosbery Rojas Camacho, Barquisimeto, 1985. Profesora de Castellano y Literatura egresada de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador en Julio de 2009, actualmente cursa una maestría en Lingüística en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador.




Verónica camina por las calles cercanas al puerto, su cabello como colgantes conchas de nácar resplandece con la luna. Camina despacio mientras la música se aleja, el cortometraje de Roberto bailando merengue y besuqueando a Lucia le arranca llanto.


Juan Antonio desde la orilla inhala el aire húmedo y siente en su cuerpo el calor de la tierra, sus ojos se llenan de la luz de las casas y los rostros conocidos.


El paso lento de Verónica la deja sentir su pecho oprimido, las olas rompiendo en el malecón y el carnaval cesan en sus cavilaciones Juan Antonio lleva el peso del bolso que tomó para partir hace siete años, puede ver la calle vieja con el alboroto de las fiestas de agosto.


Verónica lamenta su mudanza a Lanceros, piensa que prefiere prestar servicios en el hospital de algún otro pueblo lejano.


Juan Antonio siente su corazón marchar como un barco que corta el viento, quiere volar, abre su boca para absorber el lugar de sus recuerdos. Corre, corre inagotable por la calle del centro persiguiendo a la música, y se maravilla al ver una mujer que con vestido blanco lo recibe, la mira y un impulso lo hace besar la boca que cree de avellanas.


Verónica sin percatarse se encuentra cercana al cuerpo sudoroso de un desconocido, del cuerpo con olor a sal que la besa inconteniblemente. La música regresa a sus oídos, siente que el mar baña su piel, y en las calles cercanas al puerto carcajadas y aplausos los miran.

Mi encuentro con el rayao


Amaury Gonzalez. Distrito Capital.




Era algo habitual para mí llegar a mi casa en horas de la madrugada los fines de semana, al término de una noche de barranco con los panas, de una velada con algún resuelve o menesteres más tranquilos. El hecho era que en mi barrio me conocían y nunca había tenido problemas de ningún tipo cuando de llegar a las cuatro, cinco o seis de la mañana se trataba. De hecho, yo crecí en ese barrio y maneje bicicleta y jugué metras y trompo con todos aquellos que pateados por el sistema, prefirieron el camino del pitillo y el yerro. Para estos personajes, que siempre fueron mi gente, el mundo nunca fue más allá del barrio. Muchas veces llegue borracho al amanecer, y varias de esas me encontré con algún malandro que pegao, me saludaba en la estricta jerga; sin embargo ese lenguaje siempre expresó para mi una especie de solidaridad de parroquia. Por lo general, quien se me cruzaba me pedía un cigarro pa matar su barranco o algo de pasta para pagar el vicio.

Una noche de esas, despuntando un domingo, llegue mas temprano de lo acostumbrado. Eran las dos y treinta y por alguna razón -talvez por estar lejos la quincena- las veredas y callejuelas del barrio estaban desoladas y más oscuras de lo normal. Insólitamente podían escucharse los pasos de los perros y los gatos correteando por los techos, y más cuando algunos eran de Zinc. Me dio un escalofrió extraño que atribuí inmediatamente al viento frió y a un súbito rocío, casi cinematográfico, que comenzaba a empaparme; me llamo la atención que del callejón caliente, -nunca supe porque le decían así- salía una monótona voz, un rumor fantasmal de alguien que parecía que estuviera rezando, pensé que era una simple diálogo entre dos compadres mamándose el resto de una de pecho cuadrao pero no, la voz era una sola y parecía estar hablando con un animal, o peor, consigo mismo.

Pase frente al callejón como siempre lo había hecho, sin voltear, como queriendo llegar rápido a mi destino. Apurado, mis botas hicieron eco en aquel negro pasaje y la voz se tornó más fuerte; escuché, creo, violentas imprecaciones que me preocuparon. Se manifestaba ahí un sordo resentimiento, un absceso de misantropía mundana, una locura reprimida que esa noche parecía aflorar alegremente. Miré de reojo pero terminé volteando, no pude evitar voltear. Me miraba fijamente, era un tipo alto, con un andrajo de pantalón, perfilado, entre la oreja y la mejilla derecha se dibujaba una fina raya que en ese momento pensé le hicieron con una hojilla, portaba un sobretodo de cuero sin brillo que llevaba abierto; estaba despeinado y decir que estaba borracho sería un eufemismo. Borracho estaba yo. Me exalté cuando me miró como si me conociera, como si me hubiera estado esperando toda esa noche; tenia unas botas como las mías y se sonreía burlonamente, como compadeciéndose de mi por ese encuentro. Insólitamente sonreí, y esa sonrisa –estoy seguro- fue por reflejo y fue como un llanto sin lágrima. No dudo que para el rayao –en ese momento lo reconocí- esa sonrisa fue algo inútil.

Me respondió con una sonrisa, con el rictus del que sufre un delirium tremens –pero conciente-. Aquel ser prorrumpió en un grito desgarrador que me pareció de guerra. Como podrá imaginar el lector no estaba muy lejos de mí. Empezó a perseguirme, primero caminando, después trotando hasta correr. Se tambaleaba pero no perdía nunca el equilibrio, portaba en su mano una especie de herramienta filosa, húmeda y metálica. Era un chuzo y me pareció que ya lo había usado. Perdiendo el color en el rostro –porque uno no sólo se ve pálido sino que se siente pálido-, la leve borrachera que tenia desapareció en el acto y empecé a correr, ingrese a las veredas del barrio, estrechas y llenas de colillas de cigarro, pitillos y botellas de guarapita de guanábana, famosas en la zona. En una encrucijada, una de ellas casi me hizo caer en un pozo de agua estancada conocido por ahí. Mi perseguidor gritaba y se reía alternativamente y cambiaba aparatosamente el chuzo de mano, note que una especie de espuma blanca le corría por la boca, esto último me hizo pensar que me estaba alcanzando, no se como los vecinos no se despertaban con los alaridos de aquel desaforado ser; el hecho es que escuche mientras corría ya sin aire –había decidido no voltear mas- una aparatosa caída; el rayao había perdido los estribos y se retorcía en el suelo irregular, como convulso, había caído cerca del container de la basura.

Aquel hombre, como les dije, era el rayao, un malandro de la vieja pata de quien se sabía pagaba una cana de 30 años. Esa noche se había fugado. Buscaba camello y venganza. En su locura ya había matado a cuatro y yo casi no lo cuento. Su chuzo quedó en el suelo envuelto en un trapo sucio, no pudo mancharme de sangre.

Amaury González V.

Gabriel García Márquez y el problema de la gramática

El escritor Gabriel García Márquez considera «natural» la reacción de los gramáticos, lingüistas y académicos a su discurso de Zacatecas ( Botella al mar para el dios de las palabras , EL PAÍS del pasado martes 8 de abril): «Sería absurdo que los que guardan la virginidad de la lengua estuvieran contra sí mismos. Pero la mayoría parece haber hablado sin conocer el texto completo de mi discurso, sino sólo fragmentos más o menos desfigurados en despachos de agencias. En todo caso es increíble que a la hora de la verdad hasta los más liberales sean tan conservadores».

Estos días hemos oído en muchas ocasiones que el escritor colombiano había pedido suprimir la gramática. Su discurso no lo dice.
«Dije que la gramática debería simplificarse, y este verbo, según el Diccionario de la Academia, significa 'hacer más sencilla, más fácil o menos complicada una cosa'. Pasando por alto el hecho de que esa definición dice tres veces lo mismo, es muy distinto lo que dije que lo que dicen que dije. También dije que humanicemos las leyes de la gramática. Y humanizar, según el mismo diccionario, tiene dos acepciones. La primera: 'hacer a alguien o algo humano, familiar o afable'. La segunda, en pronominal: 'Ablandarse, desenojarse, hacerse benigno'. «¿Dónde está el pecado?», se pregunta.

El siguiente punto de contestación a las palabras de García Márquez es el ortográfico. Parte del supuesto de que si a él le hiciesen un examen de gramática, le reprobarían «en toda línea».

«Además, mi ortografía me la corrigen los correctores de pruebas. Si fuera un hombre de mala fe diría que ésta es una demostración más de que la gramática no sirve para nada. Sin embargo la justicia es otra: si cometo pocos errores gramaticales es porque he aprendido a escribir leyendo al derecho y al revés a los autores que inventaron la literatura española y a los que siguen inventándola porque aprendieron con aquellos. No hay otra manera de aprender a escribir».

En toda la conversación, el Nobel de Literatura reivindica su papel de escritor y como tal, piensa «más en el sufrimiento de la gente que en la pureza del lenguaje».

«Por eso dije y repito que debería jubilarse la ortografía. Me refiero, por supuesto, a la ortografía vigente, como una consecuencia inmediata de la humanización general de la gramática. No dije que se elimine la letra hache, sino las haches rupestres. Es decir, las que nos vienen de la edad de piedra. No muchas otras, que todavía tienen algún sentido, o alguna función importante, como en la conformación del sonido che, que por fortuna desapareció como letra independiente».

Quizá el mayor escándalo se ha formado con sus propuestas respecto a las bes y las uves, y con los acentos.
Sobre las primeras, dice: «No faltan los cursis de salón o de radio y televisión que pronuncian la be y la ve como labiales o labidentales, al igual que en las otras letras romances. Pero nunca dije que se eliminara una de las dos, sino que señalé el caso con la esperanza de que se busque algún remedio para otro de los más grandes tormentos de la escuela. Tampoco dije que se eliminara la ge o la jota. Juan Ramón Jiménez reemplazó la ge por la jota, cuando sonaba como tal, y no sirvió de nada. Lo que sugerí es más difícil de hacer pero más necesario: que se firme un tratado de límites entre las dos para que se sepa dónde va cada una».

En cuanto los acentos, irónico, explica.

«Creo que lo más conservador que he dicho en mi vida fue lo que dije sobre ellos: pongamos más uso de razón en los acentos escritos . Como están hoy, con perdón de los señores puristas, no tienen ninguna lógica. Y lo único que se está logrando con estas leyes marciales es que los estudiantes odien el idioma».

García Márquez opina que los gramáticos y los escritores son oficios distintos. Su diferente dialéctica es la que ha generado el debate.

«La raíz de esta falsa polémica es que somos los escritores, y no los gramáticos y lingüistas, quienes tenemos el oficio feliz de enfrentarnos y embarrarnos con el lenguaje todos los días de nuestras vidas. Somos los que sufrimos con sus camisas de fuerza y cinturones de castidad. A veces nos asfixiamos, y nos salimos por la tangente con algo que parece arbitrario, o apelamos a la sabiduría callejera».

«Por ejemplo: he dicho en mi discurso que la palabra condoliente no existe. Existen el verbo condoler y el sustantivo doliente , que es el que recibe las condolencias . Pero los que las dan no tienen nombre. Yo lo resolví para mí en El General en su laberinto con una palabra sin inventar: condolientes . Se me ha reprochado también que en tres libros he usado la palabra átimo, que es italiana derivada del latín, pero que no pasó al castellano. Además, en mis últimos seis libros no he usado un sólo adverbio de modo terminado en mente, porque me parecen feos, largos y fáciles, y casi siempre que se eluden se encuentran formas bellas y originales».

El escritor, que está de excelente humor, concluye la conversación de un modo muy expresivo.

«El deber de los escritores no es conservar el lenguaje sino abrirle camino en la historia. Los gramáticos revientan de ira con nuestros desatinos pero los del siglo siguiente los recogen como genialidades de la lengua. De modo que tranquilos todos: no hay pleito. Nos vemos en el tercer milenio».

Y reitera sus palabras de Zacatecas: «Simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros».

Por una oscura calle


Nació en Tucacas, Falcón, Venezuela, 1940. Poeta, ensayista y académico. Profesor jubilado del Instituto de Investigaciones Literarias de la Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, del que fue su Director en dos oportunidades. Pertenece a la Academia de Mérida bajo la condición de Miembro de Número, y en su actual Junta Directiva se desempeña como bibliotecario. Fue Presidente de la Asociación de Escritores de Mérida.

PUBLICACIONES

Curso determinado (en colaboración con Juan Pintó, Maracaibo, Universidad del Zulia, LUZ, 1966), Constancia del amor y de la muerte (Maracaibo, LUZ, 1968), Tiempo y cauce (Mérida, DIGECEX ULA, 1984), Páramos en la memoria (Mérida, AEM, 1994), Persistencia (Caracas, Ediciones Contexto, Pen Club, 1997), Mantras y ofrendas (Mérida, ULA, 1998), Oficio de poeta (Mérida, ULA, 1999) y Álbum de Fraternidades (Mérida, 2000). En el ámbito del ensayo ha publicado: De Vallejo a Vallejo en la Ventana: Aproximación crítica a la obra poética de César Vallejo (Mérida, ULA, 1980) y Rafael Cadenas: vida y poesía (Maracaibo, LUZ, 1983). Sus ensayos, artículos y poemas han sido publicados en revistas literarias del país y del extranjero.


Por una calle oscura calle sin comienzo

quiero llegar al lago.

Descalzo,

sin memoria de mundo.

Tardaré muchas horas,

me alzarán torpes piedras

y en un minuto brusco

-cuando marullo y puño se confundan-

me sentiré sin piel, acometido.



Lúcida la muerte,

veloz la muerte como el agua.



Alba codiciada lentamente por los ojos muertos

desde siempre.



Desde un tiempo que no se memoriza

por divino y sediento

vengo acumulando

las palabras propicias

que destruyan mi muerte.



En vuestros ojos cabe

el río su muchedumbre de aves y raíces.



Y en las colinas

el amor

las casas

y las hierbas.



Yo la rosa

esclava de vientos y ciudades

sin corazón duro que la someta

sin luces para andar por los espacios

sola rosa sin aires

ni colores

como espuma

ya está en sus labios matiz arcángel de la

muerte.



A veces morirás

y será el comienzo de muchas muertes innecesarias.



Tus voces

-moradoras en todo-

abrirán sus puertas al silencio.



Y estarás mucho tiempo

contristado

calculando el peso de tus muertes.





abarcas el silencio

y volteas

consumido en polvo

con la boca tendida

a la impotencia.



Mi gruta

deja sin voz los pájaros

que por falta de campo para el vuelo

se estrellan en mi boca.



Y mientras

los pájaros erran

mi soledad cruje.

Mas el silencio

siempre inmensifica

todos los territorios de la muerte.



Parto de ti

y tú eliges el curso

tal es la luz

que nace

y crece

de tu cuerpo

tal es la boca única

que origina la vida.



Esta tarde

con estas claridades.

Al fondo los manzanos enfermos

y el viejo auto azul abandonado.

Miro

y siento

que nunca más habré

de recordarme

de mi origen

ni de las caminatas

por aquellas calles de Mérida

justo allí estalla mi muerte

y me esparzo feliz entre los pájaros.