Daniel Cardona Ochoa. Colombia.
Dos horas después estoy en la calle. Podría decir que fueron dos horas perdidas. Aunque el auditorio haya aplaudido a rabiar en el momento en que la palabra FIN se apoderó de la pantalla, para mí esta estúpida película fue hecha para ser olvidada. Yo también.
Compro un paquete de rosquillas rellenas de queso y me las voy comiendo mientras camino. Soy una máquina perfecta, camino y como al mismo tiempo. Dos cuadras más adelante un mendigo me pide una rosquilla. Apuro el paso y lo ignoro, simplemente no se me da la gana de regalárselo. Tal vez lo considero una máquina imperfecta, solo camina, no come.
Refelexiono, ya ni quepo en los pantalones y trago igual que un marrano, sin embargo, le niego un pedazo de harina a un cadavérico sujeto que apenas tiene alientos para arrastrarse. La conciencia se me retuerce y la comida se me atora en la garganta. Debo regresar.
Doy la vuelta, 180 grados sin dejar de masticar, tecnología de avanzada. Me dirijo al lugar donde se encontraba el indigente. No hay rastro de él. Me averguenzo de mí mismo. Continuó mi camino.
Llego emparamado de sudor a la videotienda. Por más que camine, por más que sude, jamás podré eliminar las calorías que consumo, no hay nada que hacer, balance energético para principiantes. La administradora me saluda con falsa simpatía. Sé que piensa que soy un gordo asqueroso. Sé que está en lo correcto. Le miro el culo con malicia para que me coja mas asco.
Voy a la sección de películas europeas. Un título alemán me llama la atención. "Sombras nocturnas". Recuerdo haber leído una crítica al respecto en la sección dominical de cine. El que peca y reza empata. Debo resarcirme de la basura hollywoodense que me tragué en el cineclub. Tomo la caja y paso a la sección de comidas. Un paquete de crispetas y dos barras de chocolatinas serán suficientes para acompañar la película. Tal vez no.
En la taquilla dejo caer el DVD y las golosinas. La administradora me hace la cuenta sin dejar de sonreir. En mi cartera tengo billetes limpios pero siempre guardo uno en mi bolsillo delantero para la vieja esta. Le entrego el sudoroso papel. Lo toma con un inocultable fastidio a pesar de su fallido intento por disimularlo. Me entrega el cambio, billetes limpios y aromatizados. Ahora si saco triunfal mi cartera para guardarlo allí, dejándole ver a la farsante que tenía suficientes billetes limpios como para alquilar noventa películas. Siempre le hago la misma jugada. Le miro el culo. Sufro una erección. No deja de sonreir.
Camino con el paquete unas cinco cuadras. El ascenso a través de la inclinada pendiente me hace sudar como una vaca. Tal vez lo sea. La noche es fresca, una leve brisa me baja un poco la temperatura. Llego a mi apartamento. Me acuerdo del mendigo y por alguna razón le regalo una de las chocolatinas al portero del edificio. El tipo es mas gordo que yo pero mi conciencia se tranquiliza.
Llego al cuarto piso con el corazón en la mano. La bolsa con las crispetas, la chocolatina y la película continúan en la otra. Abro la puerta y enciendo las luces. Entro al cuarto, le echo una mirada a la foto que guardo de mi ex-esposa. La fotografía me recuerda que fuí hecho para ser olvidado. Voy al baño y me ducho con agua hirviente.
Con la conciencia tranquila y el cuerpo limpio me dispongo a ver la película. Antes, saco una cerveza de la nevera. Aprieto el play. Cierro los ojos y pienso en la vieja de la videotienda. Sufro una erección. Con una mano tomo cerveza. Con la otra me hago una paja. Eructo. Un leve olor a cerveza inunda mi habitación. Eyaculo. Un olor diferente se mezcla con el anterior.
Dos horas después estoy en la calle. Podría decir que fueron dos horas perdidas. Aunque el auditorio haya aplaudido a rabiar en el momento en que la palabra FIN se apoderó de la pantalla, para mí esta estúpida película fue hecha para ser olvidada. Yo también.
Compro un paquete de rosquillas rellenas de queso y me las voy comiendo mientras camino. Soy una máquina perfecta, camino y como al mismo tiempo. Dos cuadras más adelante un mendigo me pide una rosquilla. Apuro el paso y lo ignoro, simplemente no se me da la gana de regalárselo. Tal vez lo considero una máquina imperfecta, solo camina, no come.
Refelexiono, ya ni quepo en los pantalones y trago igual que un marrano, sin embargo, le niego un pedazo de harina a un cadavérico sujeto que apenas tiene alientos para arrastrarse. La conciencia se me retuerce y la comida se me atora en la garganta. Debo regresar.
Doy la vuelta, 180 grados sin dejar de masticar, tecnología de avanzada. Me dirijo al lugar donde se encontraba el indigente. No hay rastro de él. Me averguenzo de mí mismo. Continuó mi camino.
Llego emparamado de sudor a la videotienda. Por más que camine, por más que sude, jamás podré eliminar las calorías que consumo, no hay nada que hacer, balance energético para principiantes. La administradora me saluda con falsa simpatía. Sé que piensa que soy un gordo asqueroso. Sé que está en lo correcto. Le miro el culo con malicia para que me coja mas asco.
Voy a la sección de películas europeas. Un título alemán me llama la atención. "Sombras nocturnas". Recuerdo haber leído una crítica al respecto en la sección dominical de cine. El que peca y reza empata. Debo resarcirme de la basura hollywoodense que me tragué en el cineclub. Tomo la caja y paso a la sección de comidas. Un paquete de crispetas y dos barras de chocolatinas serán suficientes para acompañar la película. Tal vez no.
En la taquilla dejo caer el DVD y las golosinas. La administradora me hace la cuenta sin dejar de sonreir. En mi cartera tengo billetes limpios pero siempre guardo uno en mi bolsillo delantero para la vieja esta. Le entrego el sudoroso papel. Lo toma con un inocultable fastidio a pesar de su fallido intento por disimularlo. Me entrega el cambio, billetes limpios y aromatizados. Ahora si saco triunfal mi cartera para guardarlo allí, dejándole ver a la farsante que tenía suficientes billetes limpios como para alquilar noventa películas. Siempre le hago la misma jugada. Le miro el culo. Sufro una erección. No deja de sonreir.
Camino con el paquete unas cinco cuadras. El ascenso a través de la inclinada pendiente me hace sudar como una vaca. Tal vez lo sea. La noche es fresca, una leve brisa me baja un poco la temperatura. Llego a mi apartamento. Me acuerdo del mendigo y por alguna razón le regalo una de las chocolatinas al portero del edificio. El tipo es mas gordo que yo pero mi conciencia se tranquiliza.
Llego al cuarto piso con el corazón en la mano. La bolsa con las crispetas, la chocolatina y la película continúan en la otra. Abro la puerta y enciendo las luces. Entro al cuarto, le echo una mirada a la foto que guardo de mi ex-esposa. La fotografía me recuerda que fuí hecho para ser olvidado. Voy al baño y me ducho con agua hirviente.
Con la conciencia tranquila y el cuerpo limpio me dispongo a ver la película. Antes, saco una cerveza de la nevera. Aprieto el play. Cierro los ojos y pienso en la vieja de la videotienda. Sufro una erección. Con una mano tomo cerveza. Con la otra me hago una paja. Eructo. Un leve olor a cerveza inunda mi habitación. Eyaculo. Un olor diferente se mezcla con el anterior.
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